jueves, 19 de enero de 2012

¿El compromiso de los cristianos llegará a transformar a nuestro mundo?




Domingo 02 ordinario 012
Estamos en los comienzos de un nuevo año civil y la mirada de la Iglesia está puesta en Cristo en los primeros días de su vida pública, que desde sus inicios, ya enciende en los hombres la llama de la vocación, el llamado a la salvación, a la vida, a la gracia, a la alegría. Es bueno decir que Cristo llama a la alegría, en un mundo que parece que sólo conoce de desgracias, de infortunio, de maldad y de muerte. La alegría de Cristo no es pachanguera, ruidosa, desenfrenada, como nos quieren hacer pasar en nuestras fiestas y reuniones. Un fortísimo equipo de sonido que no deja estar, que se mete por todos los poros, que te penetra y traspasa los oídos y que no te permite la comunicación ni siquiera con las personas que se encuentran inmediatamente a tu lado.
San Juan Bautista, el gran Bautista, abre el diálogo, para exclamar lleno de admiración ante Cristo que iba pasando ese día frente a sus discípulos: “Este es el Cordero de Dios”, una frase de fuertes recuerdos en su pueblo, pues cada año sacrificaban las familias el cordero que les recordaba su liberación de mano de los egipcios, para hacerlos un pueblo nuevo y libre. No tuvo que decir más el Bautista. Los discípulos como movidos por una fuerza invisible, fueron siguiendo a Jesús por un tiempo, y Cristo, sintiéndose seguido por ellos, se volvió, y presa de un gran afecto les preguntó: “¿Qué buscan?”. Qué bella pregunta para el día de hoy a tantos hombres que oímos tantas cosas, que atendemos a tantos llamados, que no podemos pasarnos sin estar oyendo algo, mientras te bañas, mientras vas en el camión rumbo al trabajo, mientras intentas descansar en el campo, siempre llamados por alguien, el radio, la TV, el CD portátil, sin escuchar realmente a alguien. ¿Qué buscan? Los discípulos del Bautista, realimente sin saber qué buscaban, así como queriendo entrar en comunicación con Jesús, le preguntan: “¿Dónde vives?”. Ya sabían que Jesús no tenía casa propia, ni vivía entre los ricos ni entre los potentados del templo, los escribas, los fariseos, los ancianos y los sacerdotes. Su habitación estaba entre los pobres. Itinerante siempre, sin una almohada propia donde descansar cada noche. Cristo entrando ya en franca conversación con ellos, no les lanza una lección de catequesis o de teología, no comienza a recordarles una serie de deberes morales o litúrgicos, no los reconviene en las cuestiones de la religión judía. Simplemente les lanza una invitación: Vengan a ver”. Esa sola invitación de Cristo les llevo todo el día, y la verdad es que ya no volvieron a apartarse de él dejando al Bautista, y se convirtieron de inmediato en mensajeros, en heraldos, en enviados de quien los había tratado con tanto cariño. ¿Qué vieron ese día cerca de Jesús? Lo vieron actuando movido por un grande amor a los hombres, cerca de los enfermos, los tullido, los endemoniados, los locos, los pecadores, las prostitutas, los ladrones, los descreído, los que venían a ponerle trampas. Todos tenían acogida en el corazón de Cristo y todos encontraban acomodo en su entraña de hermano, de padre y de Salvador. Ellos mismos llamaron al que sería el Pedro, cabeza de la familia de Jesús, y que se convirtió también en uno de sus primeros apóstoles. Aquellos hombres, vueltos a Cristo, ya no podían quedarse ociosos, lo mismo que el que se encuentra a Cristo el día de hoy, quiere que todos los hombres se conviertan en sus seguidores.
A distancia de siglos de Cristo, nos mueve la figura de Samuel, un jovencito quizá de catorce o quince años, hospedado en el templo, que no conocía al Señor Dios, pero que se le manifestó de noche, en el silencio de su descanso, hasta que inspirado por el sacerdote Elí, se atrevió a contestar presa de emoción: “Habla, Señor, que tu siervo de escucha”, llegando a convertirse en su fe, en un gran profeta para su pueblo. Samuel puede ser inspiración para muchos jóvenes que cansados de tanto ruido y de tanta basura como se pega a sus pies y a su corazón, puedan convertirse en los alegres misioneros del Reino y del Amor de Jesús Salvador de todos los hombres.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

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