Favor de quitarse las sandalias porque la tierra que vamos a pisar es de fuego. Vamos a hablar de las bienaventuranzas resumen el mensaje de Cristo.
Jesús, como los buenos oradores, gustaba de coger la sartén por donde más quema y comenzaba sus sermones por la cima, como el escalador, que señala la cumbre antes de que comience la escalada.
Las bienaventuranzas no son como a veces se ha pensado una especie de prólogo brillante y literario del sermón de la montaña. Son su punto central, ocho fórmulas restallantes que resumen todo el nuevo espíritu que se anuncia. Todo lo demás, son aplicaciones. Deberíamos preguntarnos cómo debemos oírlas. Y comenzar averiguando cómo las escucharon, qué sintieron quienes por primera vez conocieron este vertiginoso mensaje.
Una tradición artística no muy afortunada nos ha acostumbrado a imaginar a los oyentes de este sermón de la montaña contemplando emocionados y felices a Jesús, escuchando la delicia de sus palabras. Pero, evidentemente, no pudo ser así. Los sentimientos de quienes le escuchaban tuvieron que ser mucho más complejos. Los mismos apóstoles tenían que estar desconcertados, escuchando cosas que el Maestro nunca, hasta entonces, había dicho. Por vez primera se asomaban a toda la honduraaltura del alma de Jesús.
La mayoría de sus oyentes lo hacía por primera vez; era gente sencilla, Tal vez se mezclaban con ellos algunos ilustres, pero la casi totalidad pertenecía a la clase campesina… Era, gente que sabía lo que es el dolor y la lucha. Vivían en un tiempo y una tierra duros… Para poder simplemente comer, tenían que mantener una interminable guerra con la naturaleza. Luego, estaba la otra guerra con las autoridades… Arrendatarios, publicanos, cambistas, prestamistas, giraban en torno a cada casa y cada era.
Y estaba, además, el invasor romano, que imponía la ley con aparente tolerancia y real dureza. Esta era, la gente que escuchaba a Jesús. Los más acudían a él porque esperaban urgentes respuestas para sus problemas. Antes que a Jesús habían escuchado a muchos otros caudillos o cabecillas.
Pero Jesús era, o parecía, diferente. Algunos, vislumbraron la enorme revolución de aquellas palabras que ofrecían una nueva escala de valores. De repente, lo que el hombre valoraba, pasaba a ser estiércol. Y todo aquello de lo que el hombre huía como de una maldición, se convertía en la mayor fuente de felicidad.
Hoy, veinte siglos después ¿qué queda de aquel escalofrío? Son fórmulas que hemos oído tantas veces, que se han vuelto insípidas, el vino generoso fue perdiendo grados hasta convertirse en un agua coloreada.
Y tal vez debiéramos detenernos para descubrir que, en todo caso, son palabras en las que se juega nuestro destino; palabras de vida o muerte. Por eso hay que subir a este monte descalzos y temblando. Por eso hay que empezar destruyendo la piadosa caricatura que maquilla este sermón y estas bienaventuranzas de dulzura y confitería. Este es un monte de alegría. Pero de esa que hay al otro lado de la zarza ardiendo.
¿Quiénes son los realmente felices? La felicidad está en querer a Dios y en ser queridos por él. En el nuevo testamento este amor de Dios no consistirá en abundancia, ni en triunfo, ni en gloria, sino en pobreza, en hambre, en persecución.
Tenemos que detenernos a señalar las diferentes versiones que de ellas ofrecen Lucas y Mateo. Para Mateo las bienaventuranzas son ocho, a las que se añade una fórmula de cierre de todas ellas. Están, además, redactadas en tercera persona. Las de Lucas se presentan en segunda persona, dirigidas directamente a los oyentes y sólo son cuatro, pero van acompañadas de otras cuatro maldiciones paralelas.
Aquí, basta decir, que no hay oposición entre unas y otras formulaciones, que más bien se complementan y aclaran. En san Lucas, las bienaventuranzas son más agresivas, presionan, empujan. En Mateo, aparecen suavizadas, se deslizan hasta lo hondo del corazón y la mente. En san Lucas, adoptan un tono realista, casi material. En san Mateo, tienen un sesgo más idealista. Probablemente las formulaciones de san Lucas sean más primitivas y recojan mejor el tono de Cristo. Las de san Mateo parecen influidas por el deseo posterior de evitar confusiones.
Pero no se trata de dos visiones opuestas. Cada evangelista ha recogido lo que más le ha impresionado de las palabras de Jesús y les ha dado el inevitable toque personal. Juntas, ambas visiones nos permitirán asomarnos a toda la hondura del mensaje de Jesús.
No entenderíamos las bienaventuranzas si no advirtiéramos que son, ante todo, un autorretrato de Cristo. Jesús ha sido, en rigor, el único ser humano que ha cumplido y vivido hasta el fondo las ocho bienaventuranzas: El fue el pobre… El fue el manso… El conoció las lágrimas… Nadie como él tuvo hambre de la gloria de su Padre… él fue misericordioso toda su vida… su corazón era tan limpio que ni sus propios enemigos encontraban mancha en él… El era la paz y vino a traer la paz… él murió en la cruz.
En rigor, para el cristiano no hay ni siquiera opción entre dos posibilidades. Sólo hay una: parecerse a Jesús, el bienaventurado; ser perseguidos y morir como él; y encontrar, detrás de la sangre y el llanto, la vida y la alegría.
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