La vida pública de Jesús comienza con una fiesta. Porque el anuncio de la buena nueva solo puede empezar con un estallido de alegría.
Caná fue una gran fiesta. Difícilmente se encontrará en el Evangelio una página que haya sido más desfigurada por el arte de todos los tiempos… Comida nupcial celebrada en un prodigioso salón de columnas de mármol, de suelos brillantes y magnífica mesa a la que se sientan, compuestos y devotos, los novios.
Aquella no era la boda de una hija de Herodes. Una boda es siempre algo muy importante y más en los tiempos de Jesús, era una de esas pocas ocasiones en que se podían comer manjares que de ordinario sólo se pueden soña. El campesino de los tiempos de Jesús toda su vida comía hortalizas, pan de cebada, huevos y algún pez. Carne, sólo en las grandes fiestas. Una boda era, como un paréntesis de riqueza; algo que recordaría durante años. Por algo Jesús, en sus parábolas, hablará tanto de banquetes y festines que eran, para quienes escuchaban, un sueño de oro, un paraíso de felicidad.
La celebración de una boda duraba varios días. Siete, si la familia era pudiente. Comenzaba a la tarde, generalmente un miércoles, como un día más distante del sábado. Con antorchas se salía en busca de la esposa y se trasladaba hasta la casa del esposo. Y allí las bendiciones, los bailes y la comida se entremezclaban en una comunidad inacabable.
Esta celebración era imposible en las diminutas viviendas de la época. El patio, fuera del período de lluvias, servía de templo, de comedor y de sala de baile. Las gentes se sentaban generalmente en el suelo o en pequeñas banquetas. Los platos cruzaban de mano en mano… naturalmente, circulaba el vino. No se consideraba bebida de placer, sino alimento. Y se mezclaba siempre con agua… Las familias pobres iban guardando vino para este día, tal vez durante años.
La boda era, un acontecimiento para casi todo el pueblo y parientes, de aldeas cercanas. Los invitados iban y venían. Por cada nuevo grupo que llegaba, se repetían las bendiciones nupciales, las danzas y el desfile de fuentes con alimentos… La puerta estaba, abierta a todos los habitantes del lugar.
Un punto sí hay en el que las costumbres de la época eran más estrictas de lo que son hoy las nuestras; raramente se mezclaban las mujeres con los hombres y jamás se sentaban a la misma mesa.
Por lo demás, la celebración tenía una gran libertad: los invitados iban y venían, cantaba o danzaban, o se sentaban a conversar… Entre los grupos, circulaba el maestresala. Su principal función era preparar el vino. Mezclarlo con agua y adobarlo con especias. Y se paseaba entre los comensales, para comprobar si todo estaba a punto.
Duraba la fiesta días y días, dependiendo tanto del número de los comensales como de la posición de los esposos. Era una fiesta alegre, pero contenida. Rara vez se registraban excesos. En parte, porque nunca perdían su carácter religioso, y en parte porque la borrachera no era frecuente entre los judíos, que solían guardar escrupulosamente las normas de urbanidad.
Además, para un judío una boda era siempre algo cargado de sentido: a través el amor se eternizaban las promesas hechas por Yahvé a su pueblo. Por eso sus cantos y sus bailes nunca separaban la alegría humana de la religiosa. Era como dos rostros de una misma y sagrada alegría.
Es en este ambiente donde Jesús hará su primera presentación. El evangelista diferencia cuidadosamente la venida de María de la Jesús: María, dice, “estaba allí”. Vinieron pues por distintos caminos y en diferentes momentos. María era, probablemente, pariente de alguno de los dos desposados. Y debió sentirse encantada de bajar a ayudar a sus parientes en el trajín de la boda.
Hacia pocas semanas que Jesús había dejado Nazaret y María le ve por primera vez rodeado por un grupo de discípulos. Era la primera vez que María ve a su hijo en su función de Mesías. Pero, de pronto, la escena se vuelve dramática. María, se acerca a Jesús y le dice: No tienen vino, todo se vuelve misterioso…Estamos ante el drama de una pareja de novios que se expone a pasar una gran vergüenza y mientras vivan, la gente del pueblo señalará a estos novios como “los que no tuvieron vino suficiente cuando se casaron”… María entiende bien lo que esto significa, corre por ello hacia su hijo para contarle su preocupación.
¿Le está pidiendo un milagro o le está contacto un problema, dejando en manos de Jesús el modo de resolverlo?
Jesús lo entendió. Pero no deja de ser sorprendente en María, que nunca ha visto a su hijo resolver los problemas, acudiendo a su poder de Dios; quizá María ha intuido que para Jesús todo ha cambiado y pide sin pedir.
Y Jesús se resiste, pero María no entiende o no quiere entender. O quizá sabe que sólo en apariencia se niega su hijo. Por eso se vuelve a los criados: Hagan lo que él les diga… Y el milagro se produce.
¿Llegaron los invitados a enterarse de lo que estaban bebiendo?Juan concluye su narración diciéndonos que Jesús bajó a Cafarnaún con su madre y sus discípulos.
Caná fue una gran fiesta. Difícilmente se encontrará en el Evangelio una página que haya sido más desfigurada por el arte de todos los tiempos… Comida nupcial celebrada en un prodigioso salón de columnas de mármol, de suelos brillantes y magnífica mesa a la que se sientan, compuestos y devotos, los novios.
Aquella no era la boda de una hija de Herodes. Una boda es siempre algo muy importante y más en los tiempos de Jesús, era una de esas pocas ocasiones en que se podían comer manjares que de ordinario sólo se pueden soña. El campesino de los tiempos de Jesús toda su vida comía hortalizas, pan de cebada, huevos y algún pez. Carne, sólo en las grandes fiestas. Una boda era, como un paréntesis de riqueza; algo que recordaría durante años. Por algo Jesús, en sus parábolas, hablará tanto de banquetes y festines que eran, para quienes escuchaban, un sueño de oro, un paraíso de felicidad.
La celebración de una boda duraba varios días. Siete, si la familia era pudiente. Comenzaba a la tarde, generalmente un miércoles, como un día más distante del sábado. Con antorchas se salía en busca de la esposa y se trasladaba hasta la casa del esposo. Y allí las bendiciones, los bailes y la comida se entremezclaban en una comunidad inacabable.
Esta celebración era imposible en las diminutas viviendas de la época. El patio, fuera del período de lluvias, servía de templo, de comedor y de sala de baile. Las gentes se sentaban generalmente en el suelo o en pequeñas banquetas. Los platos cruzaban de mano en mano… naturalmente, circulaba el vino. No se consideraba bebida de placer, sino alimento. Y se mezclaba siempre con agua… Las familias pobres iban guardando vino para este día, tal vez durante años.
La boda era, un acontecimiento para casi todo el pueblo y parientes, de aldeas cercanas. Los invitados iban y venían. Por cada nuevo grupo que llegaba, se repetían las bendiciones nupciales, las danzas y el desfile de fuentes con alimentos… La puerta estaba, abierta a todos los habitantes del lugar.
Un punto sí hay en el que las costumbres de la época eran más estrictas de lo que son hoy las nuestras; raramente se mezclaban las mujeres con los hombres y jamás se sentaban a la misma mesa.
Por lo demás, la celebración tenía una gran libertad: los invitados iban y venían, cantaba o danzaban, o se sentaban a conversar… Entre los grupos, circulaba el maestresala. Su principal función era preparar el vino. Mezclarlo con agua y adobarlo con especias. Y se paseaba entre los comensales, para comprobar si todo estaba a punto.
Duraba la fiesta días y días, dependiendo tanto del número de los comensales como de la posición de los esposos. Era una fiesta alegre, pero contenida. Rara vez se registraban excesos. En parte, porque nunca perdían su carácter religioso, y en parte porque la borrachera no era frecuente entre los judíos, que solían guardar escrupulosamente las normas de urbanidad.
Además, para un judío una boda era siempre algo cargado de sentido: a través el amor se eternizaban las promesas hechas por Yahvé a su pueblo. Por eso sus cantos y sus bailes nunca separaban la alegría humana de la religiosa. Era como dos rostros de una misma y sagrada alegría.
Es en este ambiente donde Jesús hará su primera presentación. El evangelista diferencia cuidadosamente la venida de María de la Jesús: María, dice, “estaba allí”. Vinieron pues por distintos caminos y en diferentes momentos. María era, probablemente, pariente de alguno de los dos desposados. Y debió sentirse encantada de bajar a ayudar a sus parientes en el trajín de la boda.
Hacia pocas semanas que Jesús había dejado Nazaret y María le ve por primera vez rodeado por un grupo de discípulos. Era la primera vez que María ve a su hijo en su función de Mesías. Pero, de pronto, la escena se vuelve dramática. María, se acerca a Jesús y le dice: No tienen vino, todo se vuelve misterioso…Estamos ante el drama de una pareja de novios que se expone a pasar una gran vergüenza y mientras vivan, la gente del pueblo señalará a estos novios como “los que no tuvieron vino suficiente cuando se casaron”… María entiende bien lo que esto significa, corre por ello hacia su hijo para contarle su preocupación.
¿Le está pidiendo un milagro o le está contacto un problema, dejando en manos de Jesús el modo de resolverlo?
Jesús lo entendió. Pero no deja de ser sorprendente en María, que nunca ha visto a su hijo resolver los problemas, acudiendo a su poder de Dios; quizá María ha intuido que para Jesús todo ha cambiado y pide sin pedir.
Y Jesús se resiste, pero María no entiende o no quiere entender. O quizá sabe que sólo en apariencia se niega su hijo. Por eso se vuelve a los criados: Hagan lo que él les diga… Y el milagro se produce.
¿Llegaron los invitados a enterarse de lo que estaban bebiendo?Juan concluye su narración diciéndonos que Jesús bajó a Cafarnaún con su madre y sus discípulos.
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