Tomás Alvira reproduce en uno de sus últimos libros el siguiente diálogo, contado por el Dr. Melcior:
— Qué te gustaría ser, Luis.
— Mayor.
— Y ¿por qué?
— Para poder mandar y tener siempre razón.
— ¿Tú crees que los mayores nunca se equivocan?
— Se equivocan muchas veces, pero siempre tienen razón.
Y así concluyó aquella conversación, tan reveladora sobre la percepción que aquel chico tenía –tal vez con bastante fundamento– sobre los adultos con que trataba.
— Pues a mi no me resulta muy lejana esa actitud. A veces pienso que no entiendo a mis hijos, y que ellos tampoco me entienden a mí. Parece que lo que decimos los padres siempre es a sus ojos algo caduco...
Es natural que los jóvenes y los mayores vean las cosas de distinto modo. Lo que sería extraño es que un adolescente y una persona madura pensaran de idéntica manera.
A todos, a esas edades, cuando comenzábamos a formar con autonomía nuestro criterio, nos sucedía algo así, en mayor o menor medida. Luego, con el paso de los años, hemos comprendido que nuestros padres tenían razón en muchas cosas –y en otras no–, y que lo que nos decían era fruto de su experiencia y del cariño que nos tenían.
Rememorando aquellos años de su juventud, un padre o una madre sensatos pueden imaginarse con bastante precisión qué sucede en las mentes de sus hijos. Si no lo recuerdan bien –e incluso si creen que lo recuerdan, como recomienda James B. Stenson– puede ser útil, y seguro que divertido, preguntar a los propios padres.
No dramatices asuntos triviales. Haz memoria y esfuérzate por adaptarte a los cambios de la sociedad, que no tienen por qué ser malos siempre.
No digas que la música moderna es intragable, o que visten con mal gusto, o que los modales de la juventud son un desastre, porque así te marginas tontamente. Y aunque es verdad que el vestido refleja mucho la personalidad de cada uno, no se puede desairar a un chico o una chica joven porque no nos entusiasmen sus modales, sus gustos, o su forma de vestir. Preocúpate sobre todo de lo que tienen dentro de la cabeza, que lo otro después se resolverá solo.
A lo mejor a tus hijos les pareces carca o anticuado simplemente por tu modo de expresarte. Actualiza tus modos de decir, no te distancies tontamente, habla de modo que te entiendan bien.
— Pero a veces parece que creen que con poner la música a todo volumen y vestir de modo estrafalario ya son muy originales y tienen mucha personalidad.
No te pongas así. Los padres han de procurar –como recomendaba J. Escrivá de Balaguer–"mantener el corazón joven, para que les sea más fácil recibir con simpatía las aspiraciones nobles e incluso las extravagancias de los chicos. La vida cambia, y hay muchas cosas nuevas que quizá no nos gusten –hasta es posible que no sean objetivamente mejores que otras de antes–, pero que no son malas: son simplemente otros modos de vivir, sin más trascendencia. En no pocas ocasiones, los conflictos aparecen porque se da importancia a pequeñeces, que se superan con un poco de perspectiva y de sentido del humor".
— Qué te gustaría ser, Luis.
— Mayor.
— Y ¿por qué?
— Para poder mandar y tener siempre razón.
— ¿Tú crees que los mayores nunca se equivocan?
— Se equivocan muchas veces, pero siempre tienen razón.
Y así concluyó aquella conversación, tan reveladora sobre la percepción que aquel chico tenía –tal vez con bastante fundamento– sobre los adultos con que trataba.
— Pues a mi no me resulta muy lejana esa actitud. A veces pienso que no entiendo a mis hijos, y que ellos tampoco me entienden a mí. Parece que lo que decimos los padres siempre es a sus ojos algo caduco...
Es natural que los jóvenes y los mayores vean las cosas de distinto modo. Lo que sería extraño es que un adolescente y una persona madura pensaran de idéntica manera.
A todos, a esas edades, cuando comenzábamos a formar con autonomía nuestro criterio, nos sucedía algo así, en mayor o menor medida. Luego, con el paso de los años, hemos comprendido que nuestros padres tenían razón en muchas cosas –y en otras no–, y que lo que nos decían era fruto de su experiencia y del cariño que nos tenían.
Rememorando aquellos años de su juventud, un padre o una madre sensatos pueden imaginarse con bastante precisión qué sucede en las mentes de sus hijos. Si no lo recuerdan bien –e incluso si creen que lo recuerdan, como recomienda James B. Stenson– puede ser útil, y seguro que divertido, preguntar a los propios padres.
No dramatices asuntos triviales. Haz memoria y esfuérzate por adaptarte a los cambios de la sociedad, que no tienen por qué ser malos siempre.
No digas que la música moderna es intragable, o que visten con mal gusto, o que los modales de la juventud son un desastre, porque así te marginas tontamente. Y aunque es verdad que el vestido refleja mucho la personalidad de cada uno, no se puede desairar a un chico o una chica joven porque no nos entusiasmen sus modales, sus gustos, o su forma de vestir. Preocúpate sobre todo de lo que tienen dentro de la cabeza, que lo otro después se resolverá solo.
A lo mejor a tus hijos les pareces carca o anticuado simplemente por tu modo de expresarte. Actualiza tus modos de decir, no te distancies tontamente, habla de modo que te entiendan bien.
— Pero a veces parece que creen que con poner la música a todo volumen y vestir de modo estrafalario ya son muy originales y tienen mucha personalidad.
No te pongas así. Los padres han de procurar –como recomendaba J. Escrivá de Balaguer–"mantener el corazón joven, para que les sea más fácil recibir con simpatía las aspiraciones nobles e incluso las extravagancias de los chicos. La vida cambia, y hay muchas cosas nuevas que quizá no nos gusten –hasta es posible que no sean objetivamente mejores que otras de antes–, pero que no son malas: son simplemente otros modos de vivir, sin más trascendencia. En no pocas ocasiones, los conflictos aparecen porque se da importancia a pequeñeces, que se superan con un poco de perspectiva y de sentido del humor".