lunes, 24 de mayo de 2010
domingo, 23 de mayo de 2010
ADVERTENCIA
Bajo el título ¡La SAntísima Trinidad secuestrada en méxico, se encuentran las homilías 10 a 12 del tiempo ordinario, que les envío anticipadamente para poder participar en las celebraciones de la clausura del Ano SAcerdotal. espero poder seguir complaciéndoles en las semanas siguientes.
P. Alberto Ramírez Mozqueda
P. Alberto Ramírez Mozqueda
¡La Santísima Trinidad secuestrada en México!
Domingo de la Santísima Trinidad.
En cuanto se supo que la Trinidad bajaría a la tierra y tocaría México, inmediatamente comenzaron a agruparse los movimientos que atraerían las miradas de todo el mundo hacia nuestra patria con su secuestro, pues el rescate sería de proporciones infinitas y la fama que les acarrearía sería también sin límites.
El día esperado llegó y el primero que apareció fue el Padre Dios que a pesar de su inmenso poder, de haber creado este mundo inmenso y maravilloso, bello, ordenado y atrayente, de haber sido el creador de todos los hombres, se presentó con un rostro amable, sencillo, atrayente y con una mirada que el mejor de los padres de la tierra nunca conseguirían imitar. No pronunció palabra, pero con sus brazos abiertos, invitando a todos a acercarse, desarmó a los primeros escuadrones, que cayeron de rodillas vencidos por tanta bondad y tanta ternura como demostraba en su mirada, en su acogida y en su caminar lento y seguro paseándose entre todos los hombres. Era irresistible su presencia. Su mirada era fulgurante pero atraía sin poder separarse más de él. Los que se imaginaban un Dios distante, lejano, achacoso y cansado por el tiempo, se encontraron todo lo contrario. Era un Dios atrayente, vivo y sobre todo con una actitud paternal, que en un instante se ganó la confianza de muchos de los que había acudido con armas y tanques y bombas y cañones, que no pudieron ser utilizados.
En seguida apareció el Hijo, Cristo Jesús, con una presencia serena, atrayente, ataviado con una túnica blanca que trasluciente, dejaba ver la huella de una herida profunda hecha por una lanza en su costado. Y en sus manos, se veían también las huellas de los clavos de donde los hombres lo habían colgado de una cruz. Pero ni el huella de su costado ni las de las manos despedían sangre, sino perfume, fragancia y con sus brazos que querían abrazar a todo mundo, pudo ganarse a cuantos confiaban en él y se le entregaban. Detrás de su persona, destacaba la cruz, que resaltaba más su persona, su vida y su misión. Su mirada, como la del Buen Padre Dios solo reflejaba amor, entrega y generosidad. Su misión de congregar a todos los hombres en un solo pueblo se logró hasta que él regresó después de su trágico destino, convertido en el primero de los hombres, que abriría las puertas de la eternidad a todos ellos. Muchos de los que habían ido a aprenderles, se desprendieron de sus armas y se dispusieron a ser amigos, discípulos y seguidores del Cristo Hijo de Dios.
Cuando anunciaron por los altavoces la presencia del Espíritu Santo, nadie vio la entrada de nadie, sólo apareció una paloma, pero todos pudieron percibir un perfume y una fragancia que no lo igualaba ni el mejor de los perfumes franceses, y se sintió al momento un cálido afecto que animaba a todos a saludarse, a darse la mano, a perdonarse, y a acercarse aún a los enemigos para mostrar complacencia, agrado y acogida. En este ambiente de cálido amor que permitía hablar un solo idioma, aunque las lenguas maternas fueran distintas, los que aún conservaban el deseo de hacerse famosos con el secuestro, dejaron caer estrepitosamente sus armas al suelo y se dispusieron a seguir al Padre y al Hijo que se parecían tremendamente al grado de que el que veía a uno, tenía la impresión de estar viendo al otro. Y eso hizo que todos recordaran lo que se decía del Espíritu Santo: “Ven, luz santificadora, y entra hasta el fondo del alma de todos los que te adoran”. De pronto, todos comprendieron que seguir las huellas de la Trinidad, invitarla al fondo del alma, era el momento en que toda la humanidad podía sentirse por primera vez y para siempre, un solo pueblo, con una sola alma y con un solo destino, el seno precisamente de la santísima Trinidad que desde entonces ya no sería un dogma frío, sino la presencia de un Dios todo amor, todo cariño y todo acogida para todos los hombres.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx
Cristo se pasea entre los jóvenes y los levanta de sus indecisiones.
Domingo décimo ordinario 010
Las gentes que acompañaban a Jesús percibían en él frescura, acogida y un deseo de ser mejores. Sobre todo la gente sencilla de Galilea, no temían acercarse a él, y es más, lo seguían hasta el pueblo vecino, cuando hubieron escuchado su palabra. Una ocasión, ocurrió precisamente, que yendo de camino hacia un pequeño pobladito llamado Naím, de pronto, a la vuelta del camino, mientras la multitud que rodeaba a Cristo cantaba, se encontraron con otro grupo también numeroso, pero en los que no había cantos ni alegría. Todo lo contrario. Era un grupo de gente que iba a enterrar al hijo único de una viuda, que en plena juventud se había despedido de este mundo. Era la última vez que las gentes se interesarían por aquella pobre mujer, pues a las viudas les estaba destinado un negro porvenir, ya sin la protección de la propia familia y sin la presencia del marido, estaban destinada a mendigar de puerta en puerta o a la salida de la gente que se congregaba los sábados en la sinagoga.
Cristo pensó inmediatamente en su pobre madre, que un poco después, ya viuda, cuando él muriera, también quedaría desamparada y sin consuelo, aunque aún quedaba la esperanza de encargarla con alguno de los discípulos que él consideraba más fieles. No pudo resistir Cristo en acercarse a la pobre viuda, y consolarla sobre su pecho, mientras le decía: “No llores”. Era el hombre Jesús el que hablaba y que produjo un consuelo sin límites en aquella mujer, pero dado que también era el Hijo de Dios, retirándose un poco de la mujer, hizo que los que llevaban el cadáver se detuvieran, pusieran el féretro en suelo, y luego con una sencillez asombrosa, dirigiéndose al muchacho le ordenó: “Joven, a ti te lo digo, levántate”. El muchacho, presa de una gran sorpresa, y sin darse cuenta total de lo que pasaba, sólo se acordaba del dolor de cabeza que le aquejaba y que le hizo perder el sentido. No recordaba más. Y ahora se encontraba en medio del círculo formado por los dos grupos que se habían encontrado en medio del camino. Jesús, cortando el desconcierto del joven, lo tomó de la mano, y lo entregó a la madre que tampoco cabía de asombro y de alegría. El abrazo entre madre e hijo conmovió a todos los presentes, que por mucho tiempo recordaron lo acaecido ese día, y lo divulgaron ampliamente por toda la comarca. Las miradas se dirigieron a Jesús que tranquilamente siguió su camino, buscando llevar a todas las gentes la palabra salvadora.
El grito de Cristo para los jóvenes de hoy queda ahí: “Joven, a ti te lo digo, levántate”. A los muchachos que se dejaron llevar por el espejismo de las drogas y del alcohol, pensando que ahí encontrarían el paraíso terrenal, Cristo los invita a levantarse, a darle un nuevo sentido a la vida sabiendo que hay por qué vivir. A los jóvenes que han disfrazado el sexo con una paletada superficial de amor, también los invita a levantarse, y a considerar que el cuerpo de él o de ella, no es una máquina de placer o de erotismo, sino una persona con sentimientos, y con un destino sobrenatural. A los jóvenes que quieren gozar de su libertad a toda costa, aún pasando sobre la dignidad de los padres y de cualquier autoridad, Cristo los invita a dar un nuevo sentido a su convivencia entre los hombres, dando a cada uno un trato digno de hijos de Dios y a la sociedad misma el respeto para el ambiente donde todos nos desarrollamos. Y a los jóvenes que se han separado de la Iglesia, de los sacramentos y de la misma fe, para caer en aberraciones, en supersticiones disfrazadas de una ciencia aparente, Cristo los invita a levantarse y reincorporarse a las gentes que en medio de dificultades e incomprensiones, han hecho del encuentro con Cristo, un motivo de esperanza y de paz en nuestro mundo. Y a los que ya no somos jóvenes, también a nosotros nos invita el Señor a renovar nuestra juventud asociándonos a Cristo que renueva nuestro corazón para una mayor entrega cada día a la superación de este mundo que se debate en la soledad, en la inseguridad y en el aislamiento. “Joven, a ti te lo digo, levántate”.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx
Todos llevamos dentro un fariseo justo y una pecadora
Domingo 11 ordinario 010
Hace poco me recordaron algo que viví en una ciudad a la que fui de misión. Habíamos acabado una misión con mucho éxito y terminamos en la calle con una misa de acción de gracias sumamente concurrida. Mucha gente había recibido el sacramento de la Reconciliación y se notaba un ambiente de alegría y de fiesta. Cuando ya me despedía y a punto de tomar el auto pues me esperaba en seguida otro compromiso, se acercó a mí una mujer que se veía que había sufrido mucho. Quería que la confesara. Juzgue que no había tiempo, además que habían tenido todas las oportunidades para confesarse. Y la invité a que me visitara al día siguiente por la tarde para atenderla tranquilamente. Pero en seguida me dijo: “Padre, y si usted tuviera un hijo al que se le hubiera atorado un hueso. ¿Lo citaría para sacárselo al día siguiente? Eso me convenció y con mucha alegría, ahí mismo en el coche, hizo una bonita y sentida confesión. Esto me ha hecho recordar lo que hizo Cristo una vez en casa de un fariseo que lo había invitado a comer. Para entender lo que ocurrió, hay que pensar en algunos detalles que nos harán comprender lo que los hombres de tiempos de Cristo pensaban sobre las mujeres y sobre todo de las mujeres que consideraban pecadoras. El primero se le atribuye al rabino Judá Ben Llay que decía que diariamente le daba gracias a Dios por tres cosas: “porque no me hiciste pagano, porque no me hiciste mujer y porque no me hiciste inculto”. Otro detalle, para que en las sinagogas de los pueblos pudiera comenzar la sesión, se necesitada por lo menos una docena de hombres, aunque ya estuvieran veinte o treinta mujeres reunidas. Por otro lado un rabino no trataba ni con mujeres ni con niños. Nunca se podían aceptar para fines sagrados, los dones de una mujer prostituta, y finalmente se decía que para todo trato entre un justo y una prostituta, había que mantener una distancia de dos metros.
Todos esos detalles nos harán comprender lo inusitado e inaudito de las acciones de Cristo que permitió que una mujer se le acercara, sin ser invitada en casa precisamente de Simon el fariseo que lo había invitado a comer. La mujer, tomando a todos por sorpresa, ungió los pies del Maestro con un perfume muy costoso y los secó con su cabellera. El fariseo, que se creía justo, sólo por que cumplía ciertos preceptos, ya se sentía mejor que los demás, capaz de juzgarlos y condenarlos, pero no de amarlos y respetarlos, ni de tener una actitud nueva con Dios, quedándose con su ridícula moralidad, sin aceptar plenamente a Cristo ni su mensaje. Él se atrevió entonces, a condenar a la mujer, por su atrevimiento de entrar a su casa, por su gesto de liviandad y de paso juzgó a Jesús que había permitido que le trataran de esa manera. Sin embargo, aquella mujer quedó perdonada y fue premiada con el amor de Jesús. El fariseo no. Todavía San Lucas agrega, para gozo nuestro que en la comitiva, entre las gentes que seguían a Jesús por los pueblos, había mujeres, que incluso le ayudaban con sus bienes a la manutención de los seguidores más cercanos. ¡Bien por Cristo que se decidió a levantar de su postración a las mujeres, dándoles el lugar que les corresponde cerca del hombre y que les devolvió su dignidad y el respeto que debemos a la mujer, compañera del hombre! Que a nadie se nos ocurra entonces despreciar a una mujer sólo porque es mujer.
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¿Un sostén humano para la vida divina de Cristo?
Domingo 12 ordinario 010
Todos necesitamos sostenes en la vida. Cristo lo encontraba merecidamente en la oración. Así se sentía a sus anchas en las manos del Buen Padre Dios. Ahí daba rienda suelta a sus sentimientos, y encontraba acogida y respuesta del que lo había enviado entre los hombres. Pero siendo hombre, al fin y al cabo, hubo un momento en que se decidió a buscar respuesta en los corazones de los hombres, sus propios discípulos. De hecho, nosotros aprendemos mucho cuando nos atrevemos a preguntarles a los que nos conocen por nuestra propia actitud. Ellos nos dan datos que pueden ser altamente enriquecedores para nuestra vida. Cristo llevaba días cavilando sobre su propio futuro. Se acercaba el momento de dejar Galilea, su queridísima Galilea que le había dado tantos triunfos y tantas satisfacciones, había que dar un paso más. Por eso se atrevió a encarar a sus apóstoles sobre su propia persona y no tanto ya sobre su propia actuación: ¿Quién dice la gente que soy yo? Y las respuestas comenzaron a llegar: no eran muy precisas. Lo consideran un gran profeta y nada más. Y por eso los vuelve a interrogar: “¿Y ustedes quién dicen que soy yo?”. Pedro, impetuoso como siempre, les arrebata la palabra a sus compañeros y responde prestamente: “Tú eres el Mesías de Dios”. Es interesante como Jesús acepta de inmediato la respuesta, pero curiosamente les pide no sólo a Pedro sino al resto de los discípulos que no lo divulguen, porque como decimos hoy, “lo quemarían” porque hablar en esos tiempos de un Mesías, sería hablar de un libertador de tipo político, que echara fuera a los romanos y le diera al pueblo la ansiada libertad. Ese no era su papel, eso lo tendrían que hacer otros y a su debido tiempo. Él tendría que poner su vida en manos de los hombres, que lo tomarían ciertamente de una manera violenta, para quitarse ese dolor de cabeza que se les había metido precisamente a los que lo consideraban un enemigo de su fe, de su religión y de su patria. Su entrega no sería a la manera de las clásicas tragedias griegas, sino una entrega voluntaria, pues aunque sabía que todo se volvería en contra suya, siempre le quedaría el consuelo y la aceptación de su Padre Dios. Pero había que fincar las bases de su futura familia y de sus seguidores, y por eso les pide que todos los que quieran seguirle, lo hagan de la misma forma, con una cruz al hombro y con un convencimiento muy grande en el corazón de que su entrega no les llevaría nunca al fracaso sino a la luz, al perdón, a la gracia, y a la vida nueva.
Hoy, Cristo nos vuelve a interrogar hoy a cada uno de nosotros: “¿Quién soy yo para ti?”, pero la respuesta que Cristo está esperando no es una respuesta aprendida allá en los años remotos del catecismo, sino una respuesta que abarque tu vida misma, ahí donde tomas tus grandes determinaciones, ahí donde decides sobre tus pensamientos, tus deseos, ahí donde te encuentras con las personas, ahí donde pretendes encontrarle sentido a tu vida, con esa respuesta Cristo quiere contar contigo. ¿Lo harás? ¿Caminarás al lado de Cristo y lo considerarás el gran amigo de tu vida? ¿Será en él en el que encuentres seguridad, paz y alegría para el camino?
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En cuanto se supo que la Trinidad bajaría a la tierra y tocaría México, inmediatamente comenzaron a agruparse los movimientos que atraerían las miradas de todo el mundo hacia nuestra patria con su secuestro, pues el rescate sería de proporciones infinitas y la fama que les acarrearía sería también sin límites.
El día esperado llegó y el primero que apareció fue el Padre Dios que a pesar de su inmenso poder, de haber creado este mundo inmenso y maravilloso, bello, ordenado y atrayente, de haber sido el creador de todos los hombres, se presentó con un rostro amable, sencillo, atrayente y con una mirada que el mejor de los padres de la tierra nunca conseguirían imitar. No pronunció palabra, pero con sus brazos abiertos, invitando a todos a acercarse, desarmó a los primeros escuadrones, que cayeron de rodillas vencidos por tanta bondad y tanta ternura como demostraba en su mirada, en su acogida y en su caminar lento y seguro paseándose entre todos los hombres. Era irresistible su presencia. Su mirada era fulgurante pero atraía sin poder separarse más de él. Los que se imaginaban un Dios distante, lejano, achacoso y cansado por el tiempo, se encontraron todo lo contrario. Era un Dios atrayente, vivo y sobre todo con una actitud paternal, que en un instante se ganó la confianza de muchos de los que había acudido con armas y tanques y bombas y cañones, que no pudieron ser utilizados.
En seguida apareció el Hijo, Cristo Jesús, con una presencia serena, atrayente, ataviado con una túnica blanca que trasluciente, dejaba ver la huella de una herida profunda hecha por una lanza en su costado. Y en sus manos, se veían también las huellas de los clavos de donde los hombres lo habían colgado de una cruz. Pero ni el huella de su costado ni las de las manos despedían sangre, sino perfume, fragancia y con sus brazos que querían abrazar a todo mundo, pudo ganarse a cuantos confiaban en él y se le entregaban. Detrás de su persona, destacaba la cruz, que resaltaba más su persona, su vida y su misión. Su mirada, como la del Buen Padre Dios solo reflejaba amor, entrega y generosidad. Su misión de congregar a todos los hombres en un solo pueblo se logró hasta que él regresó después de su trágico destino, convertido en el primero de los hombres, que abriría las puertas de la eternidad a todos ellos. Muchos de los que habían ido a aprenderles, se desprendieron de sus armas y se dispusieron a ser amigos, discípulos y seguidores del Cristo Hijo de Dios.
Cuando anunciaron por los altavoces la presencia del Espíritu Santo, nadie vio la entrada de nadie, sólo apareció una paloma, pero todos pudieron percibir un perfume y una fragancia que no lo igualaba ni el mejor de los perfumes franceses, y se sintió al momento un cálido afecto que animaba a todos a saludarse, a darse la mano, a perdonarse, y a acercarse aún a los enemigos para mostrar complacencia, agrado y acogida. En este ambiente de cálido amor que permitía hablar un solo idioma, aunque las lenguas maternas fueran distintas, los que aún conservaban el deseo de hacerse famosos con el secuestro, dejaron caer estrepitosamente sus armas al suelo y se dispusieron a seguir al Padre y al Hijo que se parecían tremendamente al grado de que el que veía a uno, tenía la impresión de estar viendo al otro. Y eso hizo que todos recordaran lo que se decía del Espíritu Santo: “Ven, luz santificadora, y entra hasta el fondo del alma de todos los que te adoran”. De pronto, todos comprendieron que seguir las huellas de la Trinidad, invitarla al fondo del alma, era el momento en que toda la humanidad podía sentirse por primera vez y para siempre, un solo pueblo, con una sola alma y con un solo destino, el seno precisamente de la santísima Trinidad que desde entonces ya no sería un dogma frío, sino la presencia de un Dios todo amor, todo cariño y todo acogida para todos los hombres.
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Cristo se pasea entre los jóvenes y los levanta de sus indecisiones.
Domingo décimo ordinario 010
Las gentes que acompañaban a Jesús percibían en él frescura, acogida y un deseo de ser mejores. Sobre todo la gente sencilla de Galilea, no temían acercarse a él, y es más, lo seguían hasta el pueblo vecino, cuando hubieron escuchado su palabra. Una ocasión, ocurrió precisamente, que yendo de camino hacia un pequeño pobladito llamado Naím, de pronto, a la vuelta del camino, mientras la multitud que rodeaba a Cristo cantaba, se encontraron con otro grupo también numeroso, pero en los que no había cantos ni alegría. Todo lo contrario. Era un grupo de gente que iba a enterrar al hijo único de una viuda, que en plena juventud se había despedido de este mundo. Era la última vez que las gentes se interesarían por aquella pobre mujer, pues a las viudas les estaba destinado un negro porvenir, ya sin la protección de la propia familia y sin la presencia del marido, estaban destinada a mendigar de puerta en puerta o a la salida de la gente que se congregaba los sábados en la sinagoga.
Cristo pensó inmediatamente en su pobre madre, que un poco después, ya viuda, cuando él muriera, también quedaría desamparada y sin consuelo, aunque aún quedaba la esperanza de encargarla con alguno de los discípulos que él consideraba más fieles. No pudo resistir Cristo en acercarse a la pobre viuda, y consolarla sobre su pecho, mientras le decía: “No llores”. Era el hombre Jesús el que hablaba y que produjo un consuelo sin límites en aquella mujer, pero dado que también era el Hijo de Dios, retirándose un poco de la mujer, hizo que los que llevaban el cadáver se detuvieran, pusieran el féretro en suelo, y luego con una sencillez asombrosa, dirigiéndose al muchacho le ordenó: “Joven, a ti te lo digo, levántate”. El muchacho, presa de una gran sorpresa, y sin darse cuenta total de lo que pasaba, sólo se acordaba del dolor de cabeza que le aquejaba y que le hizo perder el sentido. No recordaba más. Y ahora se encontraba en medio del círculo formado por los dos grupos que se habían encontrado en medio del camino. Jesús, cortando el desconcierto del joven, lo tomó de la mano, y lo entregó a la madre que tampoco cabía de asombro y de alegría. El abrazo entre madre e hijo conmovió a todos los presentes, que por mucho tiempo recordaron lo acaecido ese día, y lo divulgaron ampliamente por toda la comarca. Las miradas se dirigieron a Jesús que tranquilamente siguió su camino, buscando llevar a todas las gentes la palabra salvadora.
El grito de Cristo para los jóvenes de hoy queda ahí: “Joven, a ti te lo digo, levántate”. A los muchachos que se dejaron llevar por el espejismo de las drogas y del alcohol, pensando que ahí encontrarían el paraíso terrenal, Cristo los invita a levantarse, a darle un nuevo sentido a la vida sabiendo que hay por qué vivir. A los jóvenes que han disfrazado el sexo con una paletada superficial de amor, también los invita a levantarse, y a considerar que el cuerpo de él o de ella, no es una máquina de placer o de erotismo, sino una persona con sentimientos, y con un destino sobrenatural. A los jóvenes que quieren gozar de su libertad a toda costa, aún pasando sobre la dignidad de los padres y de cualquier autoridad, Cristo los invita a dar un nuevo sentido a su convivencia entre los hombres, dando a cada uno un trato digno de hijos de Dios y a la sociedad misma el respeto para el ambiente donde todos nos desarrollamos. Y a los jóvenes que se han separado de la Iglesia, de los sacramentos y de la misma fe, para caer en aberraciones, en supersticiones disfrazadas de una ciencia aparente, Cristo los invita a levantarse y reincorporarse a las gentes que en medio de dificultades e incomprensiones, han hecho del encuentro con Cristo, un motivo de esperanza y de paz en nuestro mundo. Y a los que ya no somos jóvenes, también a nosotros nos invita el Señor a renovar nuestra juventud asociándonos a Cristo que renueva nuestro corazón para una mayor entrega cada día a la superación de este mundo que se debate en la soledad, en la inseguridad y en el aislamiento. “Joven, a ti te lo digo, levántate”.
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Todos llevamos dentro un fariseo justo y una pecadora
Domingo 11 ordinario 010
Hace poco me recordaron algo que viví en una ciudad a la que fui de misión. Habíamos acabado una misión con mucho éxito y terminamos en la calle con una misa de acción de gracias sumamente concurrida. Mucha gente había recibido el sacramento de la Reconciliación y se notaba un ambiente de alegría y de fiesta. Cuando ya me despedía y a punto de tomar el auto pues me esperaba en seguida otro compromiso, se acercó a mí una mujer que se veía que había sufrido mucho. Quería que la confesara. Juzgue que no había tiempo, además que habían tenido todas las oportunidades para confesarse. Y la invité a que me visitara al día siguiente por la tarde para atenderla tranquilamente. Pero en seguida me dijo: “Padre, y si usted tuviera un hijo al que se le hubiera atorado un hueso. ¿Lo citaría para sacárselo al día siguiente? Eso me convenció y con mucha alegría, ahí mismo en el coche, hizo una bonita y sentida confesión. Esto me ha hecho recordar lo que hizo Cristo una vez en casa de un fariseo que lo había invitado a comer. Para entender lo que ocurrió, hay que pensar en algunos detalles que nos harán comprender lo que los hombres de tiempos de Cristo pensaban sobre las mujeres y sobre todo de las mujeres que consideraban pecadoras. El primero se le atribuye al rabino Judá Ben Llay que decía que diariamente le daba gracias a Dios por tres cosas: “porque no me hiciste pagano, porque no me hiciste mujer y porque no me hiciste inculto”. Otro detalle, para que en las sinagogas de los pueblos pudiera comenzar la sesión, se necesitada por lo menos una docena de hombres, aunque ya estuvieran veinte o treinta mujeres reunidas. Por otro lado un rabino no trataba ni con mujeres ni con niños. Nunca se podían aceptar para fines sagrados, los dones de una mujer prostituta, y finalmente se decía que para todo trato entre un justo y una prostituta, había que mantener una distancia de dos metros.
Todos esos detalles nos harán comprender lo inusitado e inaudito de las acciones de Cristo que permitió que una mujer se le acercara, sin ser invitada en casa precisamente de Simon el fariseo que lo había invitado a comer. La mujer, tomando a todos por sorpresa, ungió los pies del Maestro con un perfume muy costoso y los secó con su cabellera. El fariseo, que se creía justo, sólo por que cumplía ciertos preceptos, ya se sentía mejor que los demás, capaz de juzgarlos y condenarlos, pero no de amarlos y respetarlos, ni de tener una actitud nueva con Dios, quedándose con su ridícula moralidad, sin aceptar plenamente a Cristo ni su mensaje. Él se atrevió entonces, a condenar a la mujer, por su atrevimiento de entrar a su casa, por su gesto de liviandad y de paso juzgó a Jesús que había permitido que le trataran de esa manera. Sin embargo, aquella mujer quedó perdonada y fue premiada con el amor de Jesús. El fariseo no. Todavía San Lucas agrega, para gozo nuestro que en la comitiva, entre las gentes que seguían a Jesús por los pueblos, había mujeres, que incluso le ayudaban con sus bienes a la manutención de los seguidores más cercanos. ¡Bien por Cristo que se decidió a levantar de su postración a las mujeres, dándoles el lugar que les corresponde cerca del hombre y que les devolvió su dignidad y el respeto que debemos a la mujer, compañera del hombre! Que a nadie se nos ocurra entonces despreciar a una mujer sólo porque es mujer.
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¿Un sostén humano para la vida divina de Cristo?
Domingo 12 ordinario 010
Todos necesitamos sostenes en la vida. Cristo lo encontraba merecidamente en la oración. Así se sentía a sus anchas en las manos del Buen Padre Dios. Ahí daba rienda suelta a sus sentimientos, y encontraba acogida y respuesta del que lo había enviado entre los hombres. Pero siendo hombre, al fin y al cabo, hubo un momento en que se decidió a buscar respuesta en los corazones de los hombres, sus propios discípulos. De hecho, nosotros aprendemos mucho cuando nos atrevemos a preguntarles a los que nos conocen por nuestra propia actitud. Ellos nos dan datos que pueden ser altamente enriquecedores para nuestra vida. Cristo llevaba días cavilando sobre su propio futuro. Se acercaba el momento de dejar Galilea, su queridísima Galilea que le había dado tantos triunfos y tantas satisfacciones, había que dar un paso más. Por eso se atrevió a encarar a sus apóstoles sobre su propia persona y no tanto ya sobre su propia actuación: ¿Quién dice la gente que soy yo? Y las respuestas comenzaron a llegar: no eran muy precisas. Lo consideran un gran profeta y nada más. Y por eso los vuelve a interrogar: “¿Y ustedes quién dicen que soy yo?”. Pedro, impetuoso como siempre, les arrebata la palabra a sus compañeros y responde prestamente: “Tú eres el Mesías de Dios”. Es interesante como Jesús acepta de inmediato la respuesta, pero curiosamente les pide no sólo a Pedro sino al resto de los discípulos que no lo divulguen, porque como decimos hoy, “lo quemarían” porque hablar en esos tiempos de un Mesías, sería hablar de un libertador de tipo político, que echara fuera a los romanos y le diera al pueblo la ansiada libertad. Ese no era su papel, eso lo tendrían que hacer otros y a su debido tiempo. Él tendría que poner su vida en manos de los hombres, que lo tomarían ciertamente de una manera violenta, para quitarse ese dolor de cabeza que se les había metido precisamente a los que lo consideraban un enemigo de su fe, de su religión y de su patria. Su entrega no sería a la manera de las clásicas tragedias griegas, sino una entrega voluntaria, pues aunque sabía que todo se volvería en contra suya, siempre le quedaría el consuelo y la aceptación de su Padre Dios. Pero había que fincar las bases de su futura familia y de sus seguidores, y por eso les pide que todos los que quieran seguirle, lo hagan de la misma forma, con una cruz al hombro y con un convencimiento muy grande en el corazón de que su entrega no les llevaría nunca al fracaso sino a la luz, al perdón, a la gracia, y a la vida nueva.
Hoy, Cristo nos vuelve a interrogar hoy a cada uno de nosotros: “¿Quién soy yo para ti?”, pero la respuesta que Cristo está esperando no es una respuesta aprendida allá en los años remotos del catecismo, sino una respuesta que abarque tu vida misma, ahí donde tomas tus grandes determinaciones, ahí donde decides sobre tus pensamientos, tus deseos, ahí donde te encuentras con las personas, ahí donde pretendes encontrarle sentido a tu vida, con esa respuesta Cristo quiere contar contigo. ¿Lo harás? ¿Caminarás al lado de Cristo y lo considerarás el gran amigo de tu vida? ¿Será en él en el que encuentres seguridad, paz y alegría para el camino?
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viernes, 21 de mayo de 2010
La imagen de San Pio llega a su Templo en León Gto.
la imagen de San Pïo que ocupará su lugar en el templo en construcción que lleva su nombre en la ciudad de León, en Guanajuato, México, llegará a las inmediaciones del Fraccionamiento Brisas del Lago en domingo 30 de mayo a las 10 de la Mañana.
tiene una altura de 1.30 de alto, porque cada familia que lo solicite, podrá llevarla y resguardarla durante una semana.
fue realizada por el escultor Leonés Ildefonso Lorea, que ha hecho varias esculturas en esta ciudad y en otras circunvecinas. invitamos a los devotos a venir con nosotros y venerar además la reliquia del cuerpo de San Pio de Pietrelcina. e
Los sacerdotes que abusaron de mí. cuidemonos de tratar con ellos.
Cuando era muy niño, sin tener conciencia, sin libertad, sin poderme defender, uno de ellos me hizo hijo de Dios, heredero de la Vida Eterna, Templo del Espíritu Santo y miembro de la Iglesia, nunca podré perdonarle haberme hecho tanto bien.
Otro, insistió en mis años tiernos, en inculcarme violentando mi voluntad, el respeto por el Nombre de Dios, la necesidad absoluta de la oración diaria, la obediencia y la reverencia a mis padres, el amor por mi Patria y me enseñó la utopía de no mentir, no robar, no hablar mal de otros, perdonar y todas esas cosas que nos hacen tan mojigatos y ridículos....
Otro apareció aludiendo que el Espíritu Santo, debía venir a completar la obra comenzada en el Bautismo, que me harían falta sus dones y sus frutos, que ya era hora de que viniera en mi ayuda Aquél que me haría defender la Fe, como un soldado ¡Qué osadía hablar en términos tan bélicos!, hizo en esa época que cuidara mi alma de las del mundo, que fuera noble, leal y honesto...
Otro abusó dándome libros para leer, no le bastaban sus consejos, que hacían poner la mirada en la eternidad y vivir como extraños aquí en la tierra, ¿Quién sacará ahora de mi cabeza Los cuatro Evangelios?; ¿Las glorias de María?; ¿La Imitación de Cristo?; ¿Las Confesiones?; ¿Las Moradas?, etc., ¿Quién será capaz de curarme de todos esos tesoros que me marcaron para siempre?.
Otro abusó de mi ignorancia enseñándome cosas que no sabía, otro no hablaba pero su vida virtuosa me inclinaba cada vez más a imitarlo. Hubo algunos que se aprovecharon de mí en momentos inesperados y me corrigieron, me alentaron y hasta rezaron por mí.
Otros, cuando yo ya estaba en un círculo del cual no podía salir, se empecinaron con mi naturaleza caída y me incitaron a recibir a Jesucristo en su Cuerpo y Sangre, para resistir a los embates del enemigo, para fortalecer mi flaqueza y santificarme cada día más. Aunque para aquél que lea esta denuncia, le parezca que esto ya es demasiado y que más bien no se puede hacer, les digo que los abusos siguieron en aumento y todo pasó a mayores, cada vez que conocía a un sacerdote, se aprovechaba de mí con renovados métodos, reliquias, estampas, agua bendita, rosarios, bendiciones y oraciones de todo tipo, armaban una cárcel de tremendos beneficios que llegaron al límite de lo soportable.
Quiero dejar claro esta injusticia llena de perversidad y que atiendan a mi reclamo en esta denuncia, por que sé que algunos de ellos me estará esperando para seguir con esta iniquidad, sentado en un confesonario o a lado de mi cama cuando esté moribundo y aunque desaparezca seguirán abusando con sufragios por mi alma y súplicas de misericordia.
Quiero que se sumen a mi voz todos aquéllos que han sido víctimas de estos atropellos y se han sentido ultrajados por estas personas, pues sé que a otros los han unido en matrimonio, a otros le descubrieron su vocación, a otros hasta llegaron a ayudarlos materialmente o guardaron con llave en su corazón para siempre secretos tremendos de sus miserias humanas.
Cuidémonos gravemente de tratar con ellos, no les demos nuestros datos, no los miremos a los ojos, no les consultemos absolutamente nada, no sigamos ninguno de sus pasos, pues corremos el riesgo un día de caer en sus trampas y salvarnos eternamente.
Otro, insistió en mis años tiernos, en inculcarme violentando mi voluntad, el respeto por el Nombre de Dios, la necesidad absoluta de la oración diaria, la obediencia y la reverencia a mis padres, el amor por mi Patria y me enseñó la utopía de no mentir, no robar, no hablar mal de otros, perdonar y todas esas cosas que nos hacen tan mojigatos y ridículos....
Otro apareció aludiendo que el Espíritu Santo, debía venir a completar la obra comenzada en el Bautismo, que me harían falta sus dones y sus frutos, que ya era hora de que viniera en mi ayuda Aquél que me haría defender la Fe, como un soldado ¡Qué osadía hablar en términos tan bélicos!, hizo en esa época que cuidara mi alma de las del mundo, que fuera noble, leal y honesto...
Otro abusó dándome libros para leer, no le bastaban sus consejos, que hacían poner la mirada en la eternidad y vivir como extraños aquí en la tierra, ¿Quién sacará ahora de mi cabeza Los cuatro Evangelios?; ¿Las glorias de María?; ¿La Imitación de Cristo?; ¿Las Confesiones?; ¿Las Moradas?, etc., ¿Quién será capaz de curarme de todos esos tesoros que me marcaron para siempre?.
Otro abusó de mi ignorancia enseñándome cosas que no sabía, otro no hablaba pero su vida virtuosa me inclinaba cada vez más a imitarlo. Hubo algunos que se aprovecharon de mí en momentos inesperados y me corrigieron, me alentaron y hasta rezaron por mí.
Otros, cuando yo ya estaba en un círculo del cual no podía salir, se empecinaron con mi naturaleza caída y me incitaron a recibir a Jesucristo en su Cuerpo y Sangre, para resistir a los embates del enemigo, para fortalecer mi flaqueza y santificarme cada día más. Aunque para aquél que lea esta denuncia, le parezca que esto ya es demasiado y que más bien no se puede hacer, les digo que los abusos siguieron en aumento y todo pasó a mayores, cada vez que conocía a un sacerdote, se aprovechaba de mí con renovados métodos, reliquias, estampas, agua bendita, rosarios, bendiciones y oraciones de todo tipo, armaban una cárcel de tremendos beneficios que llegaron al límite de lo soportable.
Quiero dejar claro esta injusticia llena de perversidad y que atiendan a mi reclamo en esta denuncia, por que sé que algunos de ellos me estará esperando para seguir con esta iniquidad, sentado en un confesonario o a lado de mi cama cuando esté moribundo y aunque desaparezca seguirán abusando con sufragios por mi alma y súplicas de misericordia.
Quiero que se sumen a mi voz todos aquéllos que han sido víctimas de estos atropellos y se han sentido ultrajados por estas personas, pues sé que a otros los han unido en matrimonio, a otros le descubrieron su vocación, a otros hasta llegaron a ayudarlos materialmente o guardaron con llave en su corazón para siempre secretos tremendos de sus miserias humanas.
Cuidémonos gravemente de tratar con ellos, no les demos nuestros datos, no los miremos a los ojos, no les consultemos absolutamente nada, no sigamos ninguno de sus pasos, pues corremos el riesgo un día de caer en sus trampas y salvarnos eternamente.
El Espíritu Santo es masculino pero tiene instintos maternales
Domingo de Pentecostés 2010
Si el Espíritu Santo fuera escultor o pintor, su obra maestra sería María, la Madre del Señor, y si el Espíritu Santo fuera Administrador de empresa, su obra cumbre sería la Iglesia.
Sobre María, podemos decir que Dios fue llevando con prudentísima lentitud su obra de salvación entre los hombres, y en el momento cumbre de la historia, cuando con graciosa venida quiso dejar el cielo en la tierra, el amor del Padre suscitó la figura bella de María, la Madre del Señor. Criatura, simple criatura fue María, que escuchó el ruego del Señor para convertirse la Madre del Hijo de Dios sobre la tierra, Cristo Jesús. Sorprende que Dios no haya impuesto la maternidad a María, siendo el creador de todo, suplica a su criatura. Ella es rancherita, pero no tonta, y después de informarse detenidamente, no lo piensa dos veces. Si hubiera sido mexicana quizá le habría dicho al ángel: “Date una vueltita, yo te resuelvo más tarde”. Pero nada, acepta complacida y en ese momento aparece la luz sobre la tierra, Jesús, Emmanuel. El Hijo Dios que como el primero entre los hombres, nace de aquella raíz perfecta, hecha por el Dios Altísimo. Y desde entonces, el Espíritu Santo nunca abandonará a Jesús el Hijo de Dios, llevándolo por los caminos del mundo, acercándolo a todos los hombres. . La obra de Cristo terminó, con su exaltación a la diestra de Dios, pero su obra fue continuada por el Espíritu Santo, que ni venía a desplazarlo, ni a sustituirlo, sino a dar continuidad a su obra de salvación entre todos los hombres.
Y así brotó la segunda obra del Espíritu Santo de Jesús: la formación de la Iglesia, obra divina, pero formada por humanos y que cuenta con la presencia constante y fiel de Jesús salvador. María supo decir que sí al instante al Señor que la llamaba a su servicio, la Iglesia, en sus seguidores no siempre ha dicho que sí. María que asistió a la transformación de los apóstoles de cobardes y huidizos, hasta ser valientes e intrépidos evangelizadores, tendrá que asistir a la transformación de los creyentes, que lejos de disminuir, tendrán que convertirse en los nuevos evangelizadores, santos del mundo de hoy. Hoy la Iglesia a pesar de los bárbaros ataques de los últimos meses, tiene que mantenerse fiel al llamado del Señor a continuar su obra evangelizadora y salvadora en el mundo, dando un testimonio de amor, de generosidad, de entrega y de perdón. Así lo ha manifestado el Papa muy recientemente a los Obispos de Portugal cuyas palabras pongo con mucho gusto a su disposición:
“Verdaderamente, los tiempos en que vivimos exigen una nueva fuerza misionera en los cristianos, llamados a formar un laicado maduro, identificado con la Iglesia, solidario con la compleja transformación del mundo. Se necesitan auténticos testigos de Jesucristo, especialmente en aquellos ambientes humanos donde el silencio de la fe es más amplio y profundo: entre los políticos, intelectuales, profesionales de los medios de comunicación, que profesan y promueven una propuesta monocultural, desdeñando la dimensión religiosa y contemplativa de la vida. En dichos ámbitos, hay muchos creyentes que se avergüenzan y dan una mano al secularismo, que levanta barreras a la inspiración cristiana. Mantened viva en el escenario del mundo de hoy la dimensión profética, sin mordazas, porque «la palabra de Dios no está encadenada» (2 Tm 2,9). Las gentes invocan la Buena Nueva de Jesucristo, que da sentido a sus vidas y salvaguarda su dignidad. Lo decisivo es llegar a inculcar en todos los agentes de la evangelización un verdadero afán de santidad, sabiendo que el resultado proviene sobre todo de la unión con Cristo y de la acción de su Espíritu”.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx
Si el Espíritu Santo fuera escultor o pintor, su obra maestra sería María, la Madre del Señor, y si el Espíritu Santo fuera Administrador de empresa, su obra cumbre sería la Iglesia.
Sobre María, podemos decir que Dios fue llevando con prudentísima lentitud su obra de salvación entre los hombres, y en el momento cumbre de la historia, cuando con graciosa venida quiso dejar el cielo en la tierra, el amor del Padre suscitó la figura bella de María, la Madre del Señor. Criatura, simple criatura fue María, que escuchó el ruego del Señor para convertirse la Madre del Hijo de Dios sobre la tierra, Cristo Jesús. Sorprende que Dios no haya impuesto la maternidad a María, siendo el creador de todo, suplica a su criatura. Ella es rancherita, pero no tonta, y después de informarse detenidamente, no lo piensa dos veces. Si hubiera sido mexicana quizá le habría dicho al ángel: “Date una vueltita, yo te resuelvo más tarde”. Pero nada, acepta complacida y en ese momento aparece la luz sobre la tierra, Jesús, Emmanuel. El Hijo Dios que como el primero entre los hombres, nace de aquella raíz perfecta, hecha por el Dios Altísimo. Y desde entonces, el Espíritu Santo nunca abandonará a Jesús el Hijo de Dios, llevándolo por los caminos del mundo, acercándolo a todos los hombres. . La obra de Cristo terminó, con su exaltación a la diestra de Dios, pero su obra fue continuada por el Espíritu Santo, que ni venía a desplazarlo, ni a sustituirlo, sino a dar continuidad a su obra de salvación entre todos los hombres.
Y así brotó la segunda obra del Espíritu Santo de Jesús: la formación de la Iglesia, obra divina, pero formada por humanos y que cuenta con la presencia constante y fiel de Jesús salvador. María supo decir que sí al instante al Señor que la llamaba a su servicio, la Iglesia, en sus seguidores no siempre ha dicho que sí. María que asistió a la transformación de los apóstoles de cobardes y huidizos, hasta ser valientes e intrépidos evangelizadores, tendrá que asistir a la transformación de los creyentes, que lejos de disminuir, tendrán que convertirse en los nuevos evangelizadores, santos del mundo de hoy. Hoy la Iglesia a pesar de los bárbaros ataques de los últimos meses, tiene que mantenerse fiel al llamado del Señor a continuar su obra evangelizadora y salvadora en el mundo, dando un testimonio de amor, de generosidad, de entrega y de perdón. Así lo ha manifestado el Papa muy recientemente a los Obispos de Portugal cuyas palabras pongo con mucho gusto a su disposición:
“Verdaderamente, los tiempos en que vivimos exigen una nueva fuerza misionera en los cristianos, llamados a formar un laicado maduro, identificado con la Iglesia, solidario con la compleja transformación del mundo. Se necesitan auténticos testigos de Jesucristo, especialmente en aquellos ambientes humanos donde el silencio de la fe es más amplio y profundo: entre los políticos, intelectuales, profesionales de los medios de comunicación, que profesan y promueven una propuesta monocultural, desdeñando la dimensión religiosa y contemplativa de la vida. En dichos ámbitos, hay muchos creyentes que se avergüenzan y dan una mano al secularismo, que levanta barreras a la inspiración cristiana. Mantened viva en el escenario del mundo de hoy la dimensión profética, sin mordazas, porque «la palabra de Dios no está encadenada» (2 Tm 2,9). Las gentes invocan la Buena Nueva de Jesucristo, que da sentido a sus vidas y salvaguarda su dignidad. Lo decisivo es llegar a inculcar en todos los agentes de la evangelización un verdadero afán de santidad, sabiendo que el resultado proviene sobre todo de la unión con Cristo y de la acción de su Espíritu”.
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PENTECOSTES:
Hay una frase de un escritor no creyente –Jean Rostand- Decía en uno de sus escritos: “Con frecuencia me pregunto si los que creen en Dios le buscan tan apasionadamente como nosotros, que no creemos, pensamos en su esencia”.
La frase es terrible, porque es verdaderísima. Muchos ateos buscan a Dios con angustia, con pasión que le necesitan y arden porque no consiguen encontrarle. Y uno tiene que preguntarse porqué muchos creyentes –que tenemos la suerte de creer en Ël- no parecemos vivir tan apasionadamente nuestra fe, no sentimos el gozo y el entusiasmo de creer, porqué hemos logrado compaginar la fe con el aburrimiento y con la siesta, en una especie de extrañísima “anemia espiritual”
Y la fe es un terremoto, no una siesta. Un fuego, no una rutina. Una pasión, no un puro sentimiento. ¿Cómo no se puede creer de veras-¡de veras!- que Dios nos ama, y no ser feliz? ¿Cómo se puede pensar en Cristo sin que el corazón no estalle?
Con frecuencia uno escucha sermones y se asombra de que sean aburridos. Y lo malo no es que sean malos sermones, es que no piensa que cuando alguien le aburre es porque no siente mucho lo que está diciendo.
Y uno observa las caras d la gente en misa y no puede menos de preguntarse: ¿Todas estas personas crean de veras que Cristo se está haciendo presente en medio de ellas?
¡Qué difícil es encontrarse creyentes de la fe rebosante! ¡Creyentes a quienes les brillen de gozo los ojos cuando hablan de Cristo! ¿Cómo es que alguien que ama a Dios pueda hablar d Él sin temblores, sin que la alegría le salga por la boca a borbotones?
Pentecostés es la fiesta de la alegría de ser cristianos, el día del fuego, en el que nos sentimos los creyentes orgullosos de tener el Dios que tenemos, porque ese Dios nos calienta el corazón y el alma.
Pentecostés, es la fiesta del fuego. Los discípulos de Jesús estaban aquel día tan tristes y aburridos como nosotros estamos. Creían, si, pero creían entre vacilaciones. Les faltaba el coraje para anunciar su nombre.
Y entonces descendió sobre ellos el Espíritu Santo en forma de fuego. Y ardieron. Y salieron todos a predicar, dispuestos a dar sus vidas por aquella fe que creían.
¿Y nosotros? También recibimos al Espíritu en el día de la confirmación. Y no se nos dio a nosotros menos fuego, menos Espíritu, que a los apóstoles el día de Pentecostés. San Juan lo dice: “Dios no da el Espíritu con tacañería”.
¿Qué hemos hecho entonces de nuestro Espíritu? Si, amigos: es hora de que le digamos al mundo que nos sentimos felices y orgullosos de ser cristianos. Que nos averguenza serlo tan mediocremente. Pero que sabemos que la fuerza de Dios es aún más grande que nuestra mediocridad. Y que, a pesar de todas nuestras estupideces, la Iglesia es magnífica, porque todos nuestros pecados manchen tan poco a la Iglesia como las manchas al sol. Y que, a pesar de todo, Cristo está en medio de nosotros como el sol, brillante, luminoso, feliz. Si, ser Cristiano es vivir siempre en primavera.
La frase es terrible, porque es verdaderísima. Muchos ateos buscan a Dios con angustia, con pasión que le necesitan y arden porque no consiguen encontrarle. Y uno tiene que preguntarse porqué muchos creyentes –que tenemos la suerte de creer en Ël- no parecemos vivir tan apasionadamente nuestra fe, no sentimos el gozo y el entusiasmo de creer, porqué hemos logrado compaginar la fe con el aburrimiento y con la siesta, en una especie de extrañísima “anemia espiritual”
Y la fe es un terremoto, no una siesta. Un fuego, no una rutina. Una pasión, no un puro sentimiento. ¿Cómo no se puede creer de veras-¡de veras!- que Dios nos ama, y no ser feliz? ¿Cómo se puede pensar en Cristo sin que el corazón no estalle?
Con frecuencia uno escucha sermones y se asombra de que sean aburridos. Y lo malo no es que sean malos sermones, es que no piensa que cuando alguien le aburre es porque no siente mucho lo que está diciendo.
Y uno observa las caras d la gente en misa y no puede menos de preguntarse: ¿Todas estas personas crean de veras que Cristo se está haciendo presente en medio de ellas?
¡Qué difícil es encontrarse creyentes de la fe rebosante! ¡Creyentes a quienes les brillen de gozo los ojos cuando hablan de Cristo! ¿Cómo es que alguien que ama a Dios pueda hablar d Él sin temblores, sin que la alegría le salga por la boca a borbotones?
Pentecostés es la fiesta de la alegría de ser cristianos, el día del fuego, en el que nos sentimos los creyentes orgullosos de tener el Dios que tenemos, porque ese Dios nos calienta el corazón y el alma.
Pentecostés, es la fiesta del fuego. Los discípulos de Jesús estaban aquel día tan tristes y aburridos como nosotros estamos. Creían, si, pero creían entre vacilaciones. Les faltaba el coraje para anunciar su nombre.
Y entonces descendió sobre ellos el Espíritu Santo en forma de fuego. Y ardieron. Y salieron todos a predicar, dispuestos a dar sus vidas por aquella fe que creían.
¿Y nosotros? También recibimos al Espíritu en el día de la confirmación. Y no se nos dio a nosotros menos fuego, menos Espíritu, que a los apóstoles el día de Pentecostés. San Juan lo dice: “Dios no da el Espíritu con tacañería”.
¿Qué hemos hecho entonces de nuestro Espíritu? Si, amigos: es hora de que le digamos al mundo que nos sentimos felices y orgullosos de ser cristianos. Que nos averguenza serlo tan mediocremente. Pero que sabemos que la fuerza de Dios es aún más grande que nuestra mediocridad. Y que, a pesar de todas nuestras estupideces, la Iglesia es magnífica, porque todos nuestros pecados manchen tan poco a la Iglesia como las manchas al sol. Y que, a pesar de todo, Cristo está en medio de nosotros como el sol, brillante, luminoso, feliz. Si, ser Cristiano es vivir siempre en primavera.
sábado, 15 de mayo de 2010
martes, 11 de mayo de 2010
lunes, 10 de mayo de 2010
¿Un cohete sideral para Cristo que sube a los cielos?
Hoy celebramos una gran fiesta muy querida por nuestros ancestros, que culmina ese deseo de Dios de estar con los suyos, de compartir su vida y sus alegrías, sus penas y sus sinsabores, para darle a todos los hombres una esperanza nueva de que vivirán para siempre en su presencia. Se trata de la Ascensión del Señor a los cielos, a su Padre, del que había salido para vivir cerca de los suyos su caminar y sus ilusiones.
Para el catequista actual sería relativamente fácil hablar de la subida de Cristo a los cielos, porque hoy los personajes que captan la atención de los pequeños se desplazan por el espacio a voluntad propia y tienen naves espaciales que los transportan a velocidades por los aires y por los planetas, con una tremenda facilidad. Pero la Ascensión de Cristo no es sólo eso, es algo más, es asistir a la glorificación del que bajó para quedarse para siempre con nosotros. Resurrección, Ascensión y Pentecostés, siendo una sola cosa, nos invitan a maravillarnos con los planes salvadores de nuestro Dios que nos invita a trabajar activamente por la paz como un anticipo de la vida nueva que viviremos en su presencia.
San Lucas, el único entre los Evangelistas es el que nos da razón de la Ascensión de Cristo a los cielos, usando palabras muy humanas, para describirnos lo indescriptible, cayendo en la cuenta que Cristo propiamente no se aleja de los suyos, sino que su cierto ocultamiento es una invitación para el trabajo de la evangelización, que marca el tiempo de la Iglesia y del Espíritu Santo que continuaría la obra que Cristo inició con su Encarnación en el cuerpo de María. Hasta entonces Cristo lo había hecho todo, siendo él la cabeza de la humanidad, pero ahora todo el Cuerpo tendría que tomar parte en la glorificación del Padre y en la exaltación de todos los hombres hasta hacerlos vivir para siempre en su presencia.
Y como en el día de la Ascensión del Señor los apóstoles se quedaran absortos, sin saber qué hacer, hubo necesidad de que los ángeles casi los tomaran por los hombros para despertarlos y mandarlos a trabajar en el Reino de Dios sobre la tierra, hoy los obispos mexicanos nos invitan a trabajar unidos por un México mejor, uniendo nuestras fuerzas con todos los hombres de buena voluntad. Atendamos al llamado que nos hacen:
“Al concluir este acercamiento a la realidad de inseguridad y violencia que se vive en México, caemos en la cuenta que estamos ante una problemática compleja y que la responsabilidad de responder a los desafíos que representa es de todos los mexicanos. Perdemos el tiempo cuando buscamos culpables o esperamos pasivamente que sea sólo el gobierno quien dé solución a problemas que son de todos. DEBEMOS ACTUAR YA, cada quien en su propio ámbito de competencia. LAS AUTORIDADES, con los recursos propios que le proporciona el Estado de Derecho para el ejercicio de su actuación; LA SOCIEDAD CIVIL, asumiendo responsablemente la tarea de una ciudadanía activa, que sea sujeto de la vida social; Los Creyentes, actuando en fidelidad a nuestra conciencia, en la que escuchamos la voz de Dios, que espera que respondamos al don de su amor, con nuestro compromiso en la construcción de la paz, para la vida digna del pueblo de México”.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx
viernes, 7 de mayo de 2010
lunes, 3 de mayo de 2010
¡Un nuevo templo para todos los seguidores de Cristo!
El solo intento de describir los acontecimientos que los apóstoles vivieron cerca de Jesús en la última cena es casi imposible. ¡Fueron tantas las cosas que ahí se experimentaron, que los apóstoles tardaron mucho tiempo en tomar cabal conciencia de lo que significarían en su vida futura! Para ellos, acostumbrados a los compromisos y deberes de su fe y de su religión, todos ellos adosados al templo de Jerusalén, Jesús hizo una afirmación que a ellos y a nosotros les causó asombro y una nueva actitud de vida. Recordemos que el templo de Jerusalén era el blanco de todas las miradas, el amor y el respeto de las gentes de Israel. Pero con el tiempo, el templo había llegado a ser insoportable. Era un reducto fortificado de gentes que se habían aposentado ahí como los dueños y señores de la situación religiosa y financiera del templo. Eran tantos los intereses que se manejaban que ya prácticamente no había lugar para el Dios en cuyo honor se habían edificado los muros del templo. Cristo mismo tuvo que poner las cosas en su lugar, y con gran valentía, echó materialmente del templo a todos los que hacían comercio en él recordando que el templo siempre había sido casa de oración y ahora estaba convertido en una cueva de ladrones.
Por eso la sorpresa de los apóstoles cuando Cristo afirmó tajantemente: “Si alguno me ama y guarda mis mandamientos, mi Padre lo amará, y vendremos a él y en él viviremos”. De manera que Cristo declara en ese momento que el lugar de oración y de acogida al Señor será desde entonces el propio corazón, y ya no habrá necesidad de contratos de compra-venta en el templo para las cosas de Dios, ni un sistema de deberes y obligaciones para los que quieran entrar en contacto con el Dios de los antiguos padres. Ni habría que dejar el mundo profano buscando lugares específicos “consagrados” dónde se pudiera adorar al Dios de los cielos. Ni la tienda de campaña durante el tiempo del desierto ni el templo de Salomón para encontrar al verdadero Dios. Lo sacerdotes del templo jerosolimitano ya no serían lo “profesionales” del templo, que no tuvieron por cierto ni una palabra de acogida para María y José cuando llevaron chiquito por primera vez a su Hijo al templo de Jerusalén. El sacerdote que les recibió no le dirigió ni una mirada ni una caricia al niño que llevaban en sus brazos. Ahora será el propio corazón el lugar bendito para adorar a la Trinidad Santa. ¡Bendito Dios que ya no nos hace salir, sino que quiere que en el interior del hombre se le acoja y en la presencia de los demás se sienta esa presencia del Señor que a muchos hombres les ha llevado a dar la vida para defender la de los demás y les ha llevado a vivir en la pobreza para que desde su propia pequeñez pudieran ser socorridos los hombres, los prójimos.
El panorama, pues, no puede ser más alentador de parte de Cristo. Sin embargo, él es muy claro para que podamos convertir en una agradabilísima realidad su presencia en el interior del hombre. El pone dos condiciones: El amor y el cumplimiento fiel de su palabra. Dos condiciones indispensables. Amarse pero no con el amor con el que los hombres intentan acercarse unos a otros, sino de la manera que en él nos amó, hasta entregarse por nosotros, venciendo el odio, la frialdad, la indiferencia e incluso la violencia, y la muerte que han llegado a ser distintivo de nuestra sociedad y la segunda condición no es menos importante, el cumplimiento de la palabra de Jesús, su mandamiento, una actitud nueva hacia el medio ambiente, hacia los demás y hacia el mismo Dios bondad entre los hombres. Si ya tenemos a Cristo en el interior, ahora reforzaremos su presencia recurriendo a la comunidad de los creyentes, para reunirse en un solo pueblo que aclama y adora y venera a Cristo en sus sacramentos, principalmente en el sacramento de su amor, su Eucaristía.
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Por eso la sorpresa de los apóstoles cuando Cristo afirmó tajantemente: “Si alguno me ama y guarda mis mandamientos, mi Padre lo amará, y vendremos a él y en él viviremos”. De manera que Cristo declara en ese momento que el lugar de oración y de acogida al Señor será desde entonces el propio corazón, y ya no habrá necesidad de contratos de compra-venta en el templo para las cosas de Dios, ni un sistema de deberes y obligaciones para los que quieran entrar en contacto con el Dios de los antiguos padres. Ni habría que dejar el mundo profano buscando lugares específicos “consagrados” dónde se pudiera adorar al Dios de los cielos. Ni la tienda de campaña durante el tiempo del desierto ni el templo de Salomón para encontrar al verdadero Dios. Lo sacerdotes del templo jerosolimitano ya no serían lo “profesionales” del templo, que no tuvieron por cierto ni una palabra de acogida para María y José cuando llevaron chiquito por primera vez a su Hijo al templo de Jerusalén. El sacerdote que les recibió no le dirigió ni una mirada ni una caricia al niño que llevaban en sus brazos. Ahora será el propio corazón el lugar bendito para adorar a la Trinidad Santa. ¡Bendito Dios que ya no nos hace salir, sino que quiere que en el interior del hombre se le acoja y en la presencia de los demás se sienta esa presencia del Señor que a muchos hombres les ha llevado a dar la vida para defender la de los demás y les ha llevado a vivir en la pobreza para que desde su propia pequeñez pudieran ser socorridos los hombres, los prójimos.
El panorama, pues, no puede ser más alentador de parte de Cristo. Sin embargo, él es muy claro para que podamos convertir en una agradabilísima realidad su presencia en el interior del hombre. El pone dos condiciones: El amor y el cumplimiento fiel de su palabra. Dos condiciones indispensables. Amarse pero no con el amor con el que los hombres intentan acercarse unos a otros, sino de la manera que en él nos amó, hasta entregarse por nosotros, venciendo el odio, la frialdad, la indiferencia e incluso la violencia, y la muerte que han llegado a ser distintivo de nuestra sociedad y la segunda condición no es menos importante, el cumplimiento de la palabra de Jesús, su mandamiento, una actitud nueva hacia el medio ambiente, hacia los demás y hacia el mismo Dios bondad entre los hombres. Si ya tenemos a Cristo en el interior, ahora reforzaremos su presencia recurriendo a la comunidad de los creyentes, para reunirse en un solo pueblo que aclama y adora y venera a Cristo en sus sacramentos, principalmente en el sacramento de su amor, su Eucaristía.
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