Domingo 15
ordinario 2012
El texto
evangélico de este domingo refleja vida y se siente la frescura y el sabor
agradable de las cosas nuevas y recién estrenadas. Así pasa con el envío que
Cristo hizo de sus apóstoles al poco tiempo de haberlos instruido. La verdad
que no era cosa de mucha ciencia lo que Cristo les había enseñado, porque no
era un maestro a la usanza de los de su tiempo, sino mejor un profeta, un
hombre que hablaba en nombre de Dios, siendo él mismo el Hijo y el Hijo amado
el que instruía a sus discípulos en los secretos del Reino de los cielos.
Fueron simpáticas las recomendaciones
que Cristo les dio a los primeros apóstoles, y dan ganas de volver a esa situación
idílica, de la que la Iglesia tiene que aprender y vivir y volver a vivir, para
hacerse realmente portadora de los misterios del Reino de Dios. Un solo ir
siguiendo el texto evangélico nos hará soñar en hacer otro tanto en nuestras
vidas para ser en verdad seguidores del Reino, de la alegría y de la paz.
“Jesús llamó a
los Doce, y los envió de dos en dos y les dio poder sobre los espíritus
impuros”. Cristo llamó a los que él quiso. Fue iniciativa suya. El trabajo de
recolección iba a ser ardua, porque así fue la siembra, y al mismo tiempo que
iba sembrando, ya se preocupaba por que al paso de los días y los siglos,
hubiera quién le ayudara a la recolección, y quiere hacerlo en comunidad y
fraternidad por eso los envío de dos en dos. Hay que dar testimonio de unidad y
de armonía como corresponde a toda familia que quiera sostenerse en pie.
“Les mandó que
no llevaran nada para el camino, ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto,
sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica”. Parece que cualquier iniciativa iría al
fracaso con la escases de los recursos con los que les envío Cristo Jesús, pero
esa será la mejor prueba de que la tarea no será obra de los hombres sino de
Dios que los ha llamado, y la Iglesia ha cosechado sus mejores éxitos, si así
se pude decir, cuando lo ha hecho en escases de medios, cuando lo hace en
tiempos de persecución, y sobre todo en tierras de misión, cuando hay
diferencias en cultura, en lenguaje, en alimentación, en costumbres, en folclore
e indudablemente en fe y en religión.
Cuando el misionero triunfa en esos
ambientes, ya sabe que no fue su sabiduría ni su capacidad ni sus
conocimientos sino el Señor que obra por su conducto el que realiza la obra de
la evangelización. La Iglesia tiene que aprender mucho de los siglos y no
suspirar por situaciones de bonanza sino por una nueva actitud de servicio en
la alegría y en la paz.
“Y les dijo:
Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de ese lugar”.
¡Qué sabio consejo el de Cristo para sus discípulos! No anden de comadreros, de
confianzudos y buscando las mejores oportunidades. Pero esa actitud demuestra
también la confianza en la generosidad de las gentes, un asunto que habría que
clarificar definitivamente, pues si bien el misionero tiene derecho a ser
atendido en sus necesidades, no puede exigir más de la cuenta y solo podrá pedir a la comunidad a la que sirve, que subvencione
sus necesidades básicas y apremiantes. También en esto la Iglesia tiene que
aprender mucho, pues hay comunidades bonancibles y hay comunidades muy pobres,
donde las condiciones de vida son muy raquíticas y las condiciones para el
mismo misionero son sumamente difíciles. Esto lo expresaba maravillosamente el Apóstol
San Pablo cuando nos hablaba de la generosidad de Cristo Jesús que siendo rico
se hizo pobre por nosotros y luego
agrega; “Se trata de aplicar durante nuestra vida una medida justa, porque
entonces la abundancia de ustedes
remediará las carencias de ellos, y ellos por su parte los socorrerán a ustedes
en sus necesidades. En esta forma habrá un justo medio, como dice la Escritura:
al que recogía mucho, nada le sobraba: al que recogía poco, nada le faltaba”.
Nosotros tenemos que suspirar así por un momento en que los bienes de la
Iglesia sean de tal manera distribuidos,
que no den lugar al escándalo ni al que dirán, siendo una comunidad en
la que cada quién tenga lo necesario para vivir y vivir bien, en la condición
dc hijos de Dios en el Reino. Suspiremos por una Iglesia misionera, libre totalmente
de bienes materiales para dedicarse única y exclusivamente a lo que fue
enviada, la evangelización y la salvación de todos los pueblos.