viernes, 9 de septiembre de 2011

El perdón divino y nuestro propio perdón.




La parábola del día de hoy es la parábola de nuestra propia historia. Tú y yo hemos sido perdonados y liberados por el Señor, y esto lo renovamos cada vez que lo solicitamos y cada vez que reconocemos nuestros pecados pero,... sucede que tú y yo frecuentemente olvidamos en que también nosotros hemos de hacer lo mismo con el prójimo.
Cuando Dios perdona no es que se refiera del hombre como el que hizo tal o cual cosa, sino que se refiere del hombre como aquél con el cual, a pesar de todo, se puede hacer algo nuevo.
En este domingo en que el Señor nos ha querido ubicar en esa doble dimensión de nuestra vida, en relación al tema del perdón: todos lo recibimos y todos debemos ser capaces de ofrecerlo, quisiera compartirte una narrativa que nos puede ayudar a comprender la profundidad de la enseñanza cristiana.
Todos aquellos que aspiramos a obtener la compasión de Dios deberíamos practicar la compasión con el hermano, todos aquellos que anhelamos ser beneficiados por la misericordia divina debemos ser misericordiosos con el hermano, todos los que queramos ser perdonados por Dios debemos aprender a perdonar... Seamos consecuentes con nuestra fe y con aquello en lo que esperamos, practicando la caridad con el hermano.
Lo peor de todo será la pérdida del Reino de los Cielos y la cárcel eterna a la que quedaremos reducidos, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.
Al final de cuentas, somos tú y yo los que nos volvemos esclavos de nuestros propios resentimientos, ya que el rencor no suele dañar a aquél que se le tiene sino a aquél que lo tiene y lo quiere conservar.
Meditemos hoy los pasos necesarios para pedir perdón y perdonar.
Primero: la solicitud de perdón debe ser directa: de frente y sin rodeos
No mires al suelo cuando vayas a decir lo siento a tu hermano. Levanta la cabeza y mírale a los ojos, para que sepa que lo sientes sinceramente.
Y es verdad, los ojos no suelen mentir..., sobre todo sí se trata de la sinceridad y si dejamos que el otro vea que en nuestros ojos hay sinceridad.
Cuando uno le pide perdón a una persona no hay que estar haciendo otra cosa, ni leyendo, ni barriendo, ni enviando mensajes.
Segundo: Asumir la plena responsabilidad por nuestros yerros: Se trata de aprender a decir lo siento a la persona ofendida pero sin dar excusas para justificarse, ni autoprotegerse con pretextos. Ni el clima, ni mis problemas, ni una enfermedad, ni el cansancio, ni los muchos trabajos, ni la monotonía... nos dan derecho a ofendernos. ¡No te justifiques!
Cuando aceptamos la responsabilidad en nuestros propios actos alentamos a nuestros semejantes a asumir su parte de culpa y estamos abriendo la puerta del perdón mutuo.
Tercero: Tener la misma delicadeza para con los más cercanos:Una de las peores injusticias que se viven, sobre todo hacia el interior de la familia, es la de aquellos que actuamos con criterios dispares en perjuicio de aquellos que más nos quieren y con quienes deberíamos ser igual de atentos que con cualquier otra persona en la calle, la oficina, la escuela...
Muchos estamos convencidos de que a nuestros seres queridos no les debemos la misma cortesía que a nuestras amistades. Aprende a pedir perdón también a tu padre,... a tu hijo,... a tu esposo(a),... a tu hermano (a).
Cuarto: Cumplir con el propósito de enmienda no bastan las disculpas hay que manifestar arrepentimiento y la mejor forma de hacerlo es a través de un cambio de actitudes.
Quinto: Reconocer el esfuerzo del que pide perdón: Finalmente el que recibe la disculpa tiene un deber para con aquél que está solicitando el perdón. Como a la mayoría de las personas se nos dificulta ofrecer disculpas, el ofendido debe reconocer tal esfuerzo. ¡Ojalá que no fuéramos tan severos!

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