sábado, 28 de mayo de 2011

¿Y si cristo te rogara con su amor?

Cristo sabía que se iba al Padre, y con ese amor grande con que amó siempre a las multitudes, a los niños, a los pobres, a los desamparados, a los enfermos, a las viudas indefensas, a los ancianos y a los pecadores, él quiso dirigirse al final de su vida, con una palabra llena de amor, a los más cercanos de sus colaboradores, los apóstoles.
Les habló en la última cena, como la gran oportunidad de manifestar su amor y su deseo de quedarse para siempre con los suyos, y de dejar a su Espíritu para que él continuara la obra que necesariamente quedaría trunca, porque los días de su vida mortal estaban contados, pero no así su asistencia por todos los siglos impulsando la marcha de su pueblo a la casa del Dios de los cielos, el Buen Padre Dios.
“No los dejaré desamparados” les dijo Jesús, refiriéndose a todos sus seguidores, aunque a nosotros nos parezca otra cosa, pues la persecución contra la Iglesia y contra los suyos se deja sentir el día de hoy, y parece como que él no existiera, pues las costumbres de los cristianos no nos harían decir que Jesús está en medio de nosotros. No obstante, tenemos que decir que si a él lo persiguieron, también los suyos tendrán que mostrar con las obras que verdaderamente son seguidores de Jesús aunque eso les acarree incomodidades y muchas veces persecución.
Y aquí hace aparecer Cristo otra palabra y otra petición a los suyos: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos”, pues él no quiso que el seguimiento de los suyos estuviera fundado sólo en sentimentalismos sino en ese amor que es el distintivo de los suyos y que se manifiesta con las obras, con los mandamientos, que ya no son sólo aquellas diez propuestas de Moisés a su pueblo, sino el mandamiento principal del amor a Dios sobre todas las cosas y el amor al hermano, que debe hacerse extensivo hasta al que nos odia, al que no nos quiere, al que ha obrado en contra nuestra. Es difícil, pero Cristo lo dejó perfectamente claro, no sentimentalismos, sino una vida de entrega, no ritualismos fríos, mientras se vive en un régimen de mentira y opresión, donde los pobres, los ignorantes y los desposeídos son aplastados inmisericordemente. La vida y la fe y el amor no podrán separarse desde entonces en un auténtico seguidor de Jesús.
Y Cristo dejo para el final una palabra que es toda una declaración de amor, y amor del bueno: “El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama. Al que me ama a mí, lo amará mi Padre, yo también lo amaré y me manifestaré a él”. ¿No te basta con esto para sentirte amado y nunca más solitario y desamparado? ¿No te declara Cristo que te ama y que el mismo Padre nos ama, de la misma manera que lo ama a él? ¿Y no habrá llegado entonces el momento comenzar a amar como Cristo nos ama, dando la camisa y la vida misma si fuera necesario? La pregunta está lanzada de parte de Cristo: Yo te amo… ¿Pero, tú me amarás de la misma manera?

martes, 10 de mayo de 2011

Me colé a la Beatificación de Juan Pablo II



Gracias al patrocinio del periódico Gaudium y a la intervención de Rosa Ma. Ordaz, pude participar en la Misa de Beatificación de Juan Pablo II el día primero de mayo. Un gafete expedido por la Sala Stampa della Santa Sede y un pase para poder participar en la concelebración, hicieron posible que junto con muchos sacerdotes, muchos de ellos polacos, pudiera participar en esa celebración que será recordada por mucho tiempo no solo en Roma sino en el mundo entero. En este primer acercamiento a ese hecho que congregó a más de un millón de personas, tocaré sólo datos periféricos para dejar para la siguiente ocasión comentar la palabra pronunciada por Benedicto XVI. Las gentes del grupo de mexicanos con los que conviví varios días del viaje, iban con una sola intención: estar en la Misa de Beatificación y agradecer a Juan Pablo II las varias ocasiones que él visitó nuestra Patria. Todo mundo sabía que aquello sería difícil, pero vivirlo, fue más difícil aún. Todo mundo quería estar ahí y gentes que lo vivieron me platicaron que pasaron la noche entera, desde las 8 de la noche, parados, apretujados entre la multitud, sin poderse mover o sentar, esperando que abrieran las puertas para poder colarse lo mejor que se pudiera. Cuando dieron acceso, ya la Plaza de San Pedro estaba a reventar de gente de Polonia que también ahí habían pasado la noche entera. Después del recorrido desde el hotel, hubo que caminar un largo trecho, y las cinco de la mañana ya estaba instalado, en una larga espera hasta las 10 de la mañana en que comenzó puntualmente la celebración.
Hubo que entretenerse en rezar, la Liturgia de las horas, el Rosario, o contemplar la Basílica de San Pedro que lucía esplendorosa o intentar intercambiar algunas palabras con los sacerdotes polacos que también aprovechaban para tomar una foto o hacer una llamada por el celular. Para ese momento, ya todo mundo estaba en su lugar, los diplomáticos, los obispos y los sacerdotes. Abrió la celebración la entrada de la Cruz y en seguida la procesión de los señores cardenales y patriarcas orientales y al final el Papa que llegó hasta el pie del altar en su papamóvil. Fue una Misa sobria, pues se recordó dos o tres veces de guardar los silencios debidos y no agitar banderas y pendones por respeto a la Eucaristía. En el momento oportuno, el cardenal vicario de Roma pidió al Papa que declarara Beato a Juan Pablo II y atendiendo a su petición y a la de todo el mundo, con breves palabras definió que su antecesor era Beato desde entonces y que su fiesta se celebraría el 22 de octubre de cada año.
Y vino el único momento de cierta euforia, cuando fue descorrida la cortina que cubría la imagen del nuevo Beato. Hubo una fanfarria, composición musical con trompetas, que permitió los aplausos y las vivas de la multitud. La figura de Juan Pablo II lucía esplendorosa, con una mirada pícara, inspiradora que recordaba a todo mundo aquella frase suya: “No tengan miedo, abran la puertas al Redentor”, pronunciadas muchas veces en esa misma plaza. Nos recordaba que la santidad es posible si se tiene abierto el corazón a a las inspiraciones del Espíritu Santo de Dios. La santidad es alegre y es contagiosa.
Otro momento cumbre lo constituyó la presentación de la reliquia del Beato, consistente en un poco de sangre en un precioso relicario presentado por dos religiosas. Para el momento de la comunión, cientos de sacerdotes estaban listos para distribuir la sagrada comunión por las distintas plazas donde la gente había participado en la Misa gracias a pantallas gigantes distribuidas estratégicamente. Al final, después de la bendición, el Papa se retiró discretamente a venerar el féretro con los restos mortales de su antecesor y se anunció que sus restos estarían expuestos a la veneración de quienes quisieran acercarse al interior de la Basílica. Un matrimonio de los de mi grupo, que se formaron con una cantidad impresionante de peregrinos, me platicó que tuvieron que hacer una larga espera de 5 horas para poder acercarse entre apretujones y calores y olores humanos, a venerar el cuerpo de Juan Pablo II en el interior de la Basílica. Así concluyó una jornada histórica que ha dejado a Juan Pablo II en un lugar importante en esta Iglesia a la que él quiso tanto y a la que consagró toda su vida, llevando el mensaje de Cristo a casi todas las naciones de la tierra. Justo homenaje a tan querido personaje.

¿Se necesita todavía una Iglesia de Pastores?




Como auténtico Pastor, Cristo que tenía como misión acercar el cielo con la tierra, y mostrar la misericordia del Padre, escogió el camino de la sencillez, de la entrega, mostrándose solidario con los pobres y desposeídos. Pero no era un iluso, sino que al mismo tiempo que sembraba las semillas del Reino, iba buscando quién le ayudara a cosechar el fruto de su trabajo, de su ingenio e indudablemente de su cruz y de su resurrección. Así fue escogiendo uno a uno a sus seguidores, pero no de una manera natural, ni inspirado en cierta “química” como se suele decir hoy cuando hablamos de la simpatía que despierta en nosotros cierta persona. Cristo fue llamando a los suyos, en un ambiente de profunda oración. Para eso empleó una noche entera, en oración a su Padre y luego fue llamando uno a uno de sus seguidores. Nacieron de un coloquio de amor de Cristo con su Padre. Y los llamó a ser pescadores de hombres, tarea difícil, pues el pescador, a diferencia del agricultor, no tiene ni la más remota idea de dónde echar las redes para pescar. A sus apóstoles Cristo les mostró su misión mesiánica, su misión de salvación, pero no con discursos como lo pudiera hacer un maestro desde su cátedra, sino con numerosos signos que mostraban a los hombres el don de la misericordia del Padre y su amor por todos los hombres. Cada día ellos eran testigos del amor, de la entrega, de la fidelidad de Cristo. Los educó, pues con la palabra y con la vida, para que estuvieran dispuestos a ser continuadores de su obra de salvación, y finalmente, les confió el cuidado de sus sacramentos principalmente la Eucaristía, memorial de su muerte y resurrección, y los envió por todo el mundo a hacer discípulos suyos a todos los hombres de la tierra.
Y Cristo sigue llamando a los hombres, de todas las edades para seguirles confiando el cuidado de servir a sus hermanos y los llama a ser pastores como él, el único y verdadero Pastor, que se ve alejado de llamar a las gentes por emociones colectivas y contagiosas, como los cantantes de hoy o como los grandes equipos de fut que pueden hacer que una multitud enfervorizada, pueda convertirse en unos pocos minutos en una turba encolerizada. Cristo prefiere el llamado silencioso pero no por eso menos atrayente, a auténticos líderes que tengan como vocación el servicio, la entrega, la generosidad e indudablemente la fe en Cristo el Buen Pastor que los mantendrá alejados de servirse de las ovejas y de mantenerlas encerradas, con miedo a un Dios al que presentan como celoso, castigador y vengativo. No es esa la línea de Cristo. Ser llamado por Cristo no es fácil, menos para los jóvenes de hoy que lo quieren todo hecho y a quienes se les habla constantemente de sus derechos, pero no de su empeño en dejar un mundo mejor del que nos han entregado. La Iglesia necesita líderes el día de hoy, y no se vale decir que las cosas van mal en la Iglesia y que los pastores han errado en su vida y en la conducción de sus comunidades. La vocación, no la da la Iglesia, la vocación la da Cristo aunque ciertamente confía el cuidado de las gentes con vocación a la Iglesia para que se convierta para ellos en la tierra y el abono que permita su crecimiento hasta la maduración para estar al servicio del Reino de Dios. ¡Cristo Buen Pastor, sigue impulsando la obra de las vocaciones de servicio en tu Iglesia! El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx