miércoles, 23 de junio de 2010

¿Un Cristo inhumano y tremendamente exigente?


Para el evangelista San Lucas, la geografía tiene mucha importancia cuando se trata de señalar los caminos por los que Cristo buscaba a los hombres ofreciéndoles la salvación. Pero la geografía de Lucas es teológica y no tanto física, por eso nos volveríamos locos tratando de situar los hechos de Cristo frente a una carta geográfica.

Por eso Lucas sitúa a Cristo a partir del capítulo 9, de camino y de subida a Jerusalén. Y aclara muy bien que este viaje emprendido por Cristo Jesús tiene lugar cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, de manera que incluso podríamos hablar no de una subida, sino más bien de una bajada, a la oscuridad, a la incomprensión, a la condena a la muerte, y el camino ascendente lo marcarían no los hombres que lo iban a condenar por insubordinado, por enemigo de la Ley y de las costumbres del pueblo judío, sino del Padre, el Buen Padre Dios que aceptaba complacido la ofrenda hecha por su hijo de su propia vida, para salvación de todos los hombres.

Y es en ese camino, cuando los apóstoles que le habían precedido para ir preparando el terreno, tropiezan con la oposición de los samaritanos que no quieren que Cristo pase por entre ellos de camino a Jerusalén y pretenden que Cristo envíe fuego sobre ellos para acabar de una vez por todas con esos enemigos del pueblo “fiel” de Israel. Pero el que se le opone es verdaderamente Cristo, pues su misión no es acabar con los enemigos, sino unirlos en un solo pueblo, el de los hijos de Dios.

También ese viaje de subida Jerusalén, es donde Lucas señala la aparición de tres vocaciones frustradas de seguimiento al Maestro. No tenemos el nombre de ninguno de los tres hombres. El primero pretendía seguirle a donde quiera que él fuera, pero Jesús fue muy claro al responderle que no le ofrecía ninguna vida regalada, sino un total desprendimiento, pues él mismo no tenía una almohada donde reposar por las noches. Siempre de camino. El segundo, fue llamado por el mismo Cristo con aquél famoso: “Sígueme”, pero el llamado pretendió conseguir un tiempo razonable mientras morían sus padres, y Cristo respondió con otra frase lapidaria: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”, pero a continuación le dio la razón: él lo necesitaba y ya, para ir anunciar el Reino de Dios, cosa que no admite demora.

Finalmente alguien se acercó también con la idea de seguir a Jesús, pero también pedía un tiempo para ir a despedirse de sus familiares, a lo que Cristo respondió con otra fase que ya conocemos nosotros: “El que empuña el arado y mira hacia atrás no sirve para el Reino de Dios”.

Todo eso nos lleva a preguntarnos: ¿Es que Cristo no conoce nuestra naturaleza humana y se muestra insensible ante las seguridades de los hombres, o ante las obligaciones filiales y familiares? La impresión es que sí, que Cristo fue más allá de lo que pobre naturaleza humana puede dar, pero mirando más en profundidad las cosas, tendríamos que pedir ayuda a San Pablo que ahora nos anuncia: “Cristo nos ha liberado para ser libres…su vocación, hermanos, es la libertad…antes bien, háganse servidores los unos de los otros por amor. Porque toda la ley se resume en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pues si ustedes se muerden y devoran mutuamente, acabarán por perderse”.

Cuando se trata entonces del seguimiento a Jesús, no se trata de una imposición, sino de un seguimiento por amor que supone un ejercicio correcto de la libertad. Esta es la clase de hombres que la Iglesia y Cristo necesitan el día de hoy: gentes que en su libertad puedan ofrecer su vida para continuar la obra de salvación que Cristo ha comenzado.

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

No hay comentarios:

Publicar un comentario