miércoles, 23 de junio de 2010

RESEÑA DE LA MISA DE CLAUSURA DEL AÑO SACERDOTAL EN ROMA.


El 11 de junio del 2010 quedará registrado en la historia de la Iglesia y del mundo, como el día en que se vio reunida la máxima cantidad de sacerdotes, precisamente en la Plaza de San Pedro en el Vaticano. Los que tuvimos la dicha de asistir a la Misa de Clausura del Año Sacerdotal convocado por el Papa Benedicto XVI no supimos, sino hasta el día siguiente, que ahí estuvieron reunidos más de 15,000 sacerdotes venidos de todas las partes del mundo. La espera para la magna concelebración eucarística fue larga. Las puertas se abrieron a las 8.30 de la mañana y ya había largas filas de sacerdotes y de fieles que habían venido a acompañarles. Se vivió un calor pocas veces sentido, pero que venía a acrecentar el deseo de que el Papa estuviera ya al frente de los sacerdotes que son parte sensible de la Iglesia y muy queridos de Cristo Jesús pues lo hacen presente entre los hombres, para tener la dicha de concelebrar con él la Santa Misa. La larga espera, con un sol abrazador, se iba llenando con el rezo del Breviario, o paseando la mirada por aquella plaza inmensa llena de arte, de historia y de recuerdos, también se aprovechó para tomar las fotos, muchas fotos del gran acontecimiento. Otros aprovecharon para una pequeña siesta para reponerse del cansancio del viaje y también para observar a los Guardias Suizos con su colorido atuendo. También aprovechaban otros para conversar con los sacerdotes vecinos, preguntando por su nacionalidad o sus años de sacerdocio, o pedir una confesión de última hora. También se pudo aprovechar para buscar un poco de agua, pues nuestros morrales fueron depositados en la Sala Pablo VI o para hacer una llamada telefónica para ver cómo andaban las cosas en la parroquia. Hubo quienes estuvieron pendientes de colocarse cerca de las barreras, para poder observar más de cerca al Pontífice, y también algunos estaban pendientes de las cámaras de televisión que les permitirían transmitir su figura a todo el mundo. Muchos estuvieron pendientes de guarecerse lo mejor que se podía con los gorros proporcionados entre el material de trabajo y finalmente otros fueron siguiendo los cantos de la Capilla Sixtina, aprovechándose de los folletos que fueron distribuidos oportunamente entre todos los asistentes.

Cuando sonaban las 10 de la mañana, hizo su aparición la Cruz procesional, los cardenales presentes en procesión, ya revestidos con su respectiva casulla, y auxiliado por un vehículo que lo dejó hasta el pie del altar, se presentó Su Santidad Benedicto XVI, con una figura un poco tímida, pero con una gran satisfacción y una gran alegría que no podía ocultar por verse entre tantos de sus hijos que habían escuchado su llamado para clausurar este año con tantos claroscuros pero que encendió el ánimo de la Iglesia para orar por esos casi quinientos mil sacerdotes de todo el mundo, impulsándolos a entregar su vida misma, como lo hizo Cristo Jesús para salvación de todos. Así comenzó la Santa Misa, con la aspersión del agua bendita, realizada por algunos cardenales. Luego de la homilía, movidos por la exhortación correspondiente, todos los sacerdotes presentes, hicimos el ofrecimiento de nuestras vidas, y al final de la Misa, el mismo Pontífice volvió, de rodillas, a ofrecer a todos sus sacerdotes a la Santísima Virgen, orando por su intercesión y su ayuda. Después como es costumbre, el Papa se dirigió brevemente a los fieles en español, en inglés, en alemán, en polaco a los que no habían captado totalmente el mensaje papal. Y a continuación vino la ovación de todos los sacerdotes presentes, cuando Papa, alegre, sonriente, feliz, se paseaba por los pasillos de la amplia plaza, bendiciendo a sus hijos. Era impresionante la aclamación de todos los presentes, como queriendo abrazarlo para premiar su bondad y su fortaleza en este año que tuvo tantas sorpresas no todas ellas positivas. Después de la Misa hubo que recoger nuestras pertenencias en la sala Pablo VI y tomarse alguna que otra foto frente a la imagen de Cristo resucitado que fue mandada colocar ahí por el Papa que lleva su nombre, y que le fue muy querida. Esa imagen preside las celebraciones, los encuentros, los conciertos, todos los grandes momentos que van marcando el ritmo de la Iglesia y del Vaticano. Qué nos dijo el Papa en esa ocasión será objeto del siguiente artículo.

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