La tragedia del pueblo Haitiano excede y desborda toda imaginación. No podemos figurarnos lo que significa que de la noche a la mañana te veas vagando como sonámbulo por las calles sin casa, sin familia, sin techo, sin alimentos, sin agua, sin medicinas, sin un papel que compruebe quién eres tú, medio desnudo y encontrar miles de gentes que vagan cerca de ti en las mismas condiciones de desesperación, de lágrimas y de duelo. Pues piensa que ocurriría si yo me pusiera a gritar entre esa gente a manera del Evangelista San Lucas citando a Cristo Jesús: “Dichosos, bienaventurados, felices ustedes los pobres, los que ahora tienen hambre, dichosos ustedes los que ahora lloran”. Si sólo dijera eso, seguro que me lloverían piedras y quedaría convertido en otro cadáver más de los que quedaron insepultos por varios días, estaría cometiendo un desacato imperdonable, burlándome de aquellas gentes y estaría traicionando el mensaje de Jesús.
Cristo no pudo llamar ciertamente bienaventurados sin más a los pobres, a los que son arrojados ya no tanto por los elementos naturales, como es el caso de Haití, ni menos a los que son arrojados violentamente a la orilla por otros hombres, a la orilla de los ríos donde el agua reconoce su terreno, mientras los ricos viven en las partes altas, en la cumbre de los montes, a la orilla de la inactividad mientras ellos tienen los mejores trabajos y la técnica suficiente para una buena vida, a la orilla de la infelicidad mientras otros gozan, disfrutan y derrochan. Cristo llama, pues, ciertamente felices, dichosos, bienaventurados, a los pobres, pero siempre dio la razón, las características y el término de los que padecen tal condición: “Porque de ustedes es el reino de Dios, porque serán saciados y porque al fin reirán”.
Ser pobre para la biblia es hablar del que nada tenía, ni siquiera un terreno, una tierra que trabajar, por lo tanto, sin influencia social, desprovisto de apoyo, y frecuentemente explotado y humillado, pero un elemento vital, importantísimo, tendría que tener la confianza puesta en Dios. Recordemos que en el Antiguo Testamento no se hablaba de pobreza voluntaria, pues al fin y al cabo la riqueza se consideraba como un premio a la virtud personal y la pobreza era considerada ciertamente como un castigo y como una desgracia.
Para Cristo, la pobreza tiene una importancia muy grande, una pobreza voluntaria, porque eso te hace ser ciudadano de dos mundo, el actual, el presente, pero también el que viviremos en las manos de Dios, entendiendo también que cuando Cristo premia y promete, no lo hace para después de la muerte, sino que el premio lo promete en los brazos mismos de Dios, es el acomodo en el Dios que sigue siendo Padre y respeta la libertad de los hombres, y espera que ellos puedan ser artífices de su propia felicidad y de su paz.
Las bienaventuranzas podrán hacerse realidad entonces en este mundo, en cuanto sepamos ser precisamente solidarios y cercanos a los que nada tienen o a los que han sido desposeídos por la injusticia, el abandono y la violencia de los poderosos. Hacer presente la otra vida con nuestra cercanía de aquellos a los que las condiciones les ha negado una vida digna de hijos de Dios, luchando cerca de ellos para conseguir una condición mejor de la que nos han dejado otras generaciones.
Y una consideración de las bienaventuranzas no podría terminar sin un brevísimo comentarios a los “Ay de ustedes…” que nos deja intranquilos. Son advertencias muy serias de Jesús a aquellos que viven de tal manera en este mundo que nada más desean porque lo tienen todo y cuando les hablas de otra vida lo mínimo que te pueden decir es “¡para qué otra vida, qué pero le pones a ésta, si se está mejor aquí de lo que tú me puedas prometer!” y van a misa no por convicción sino “por si acaso” pero sin querer compartir, sin abrir sus brazos, su corazón y su bolsillo. Comencemos a vivir el espíritu de las bienaventuranzas y viviremos cerca del corazón de Cristo Jesús, pobre entre los pobres, que siendo rico se hizo pobre por nosotros.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx
Cristo no pudo llamar ciertamente bienaventurados sin más a los pobres, a los que son arrojados ya no tanto por los elementos naturales, como es el caso de Haití, ni menos a los que son arrojados violentamente a la orilla por otros hombres, a la orilla de los ríos donde el agua reconoce su terreno, mientras los ricos viven en las partes altas, en la cumbre de los montes, a la orilla de la inactividad mientras ellos tienen los mejores trabajos y la técnica suficiente para una buena vida, a la orilla de la infelicidad mientras otros gozan, disfrutan y derrochan. Cristo llama, pues, ciertamente felices, dichosos, bienaventurados, a los pobres, pero siempre dio la razón, las características y el término de los que padecen tal condición: “Porque de ustedes es el reino de Dios, porque serán saciados y porque al fin reirán”.
Ser pobre para la biblia es hablar del que nada tenía, ni siquiera un terreno, una tierra que trabajar, por lo tanto, sin influencia social, desprovisto de apoyo, y frecuentemente explotado y humillado, pero un elemento vital, importantísimo, tendría que tener la confianza puesta en Dios. Recordemos que en el Antiguo Testamento no se hablaba de pobreza voluntaria, pues al fin y al cabo la riqueza se consideraba como un premio a la virtud personal y la pobreza era considerada ciertamente como un castigo y como una desgracia.
Para Cristo, la pobreza tiene una importancia muy grande, una pobreza voluntaria, porque eso te hace ser ciudadano de dos mundo, el actual, el presente, pero también el que viviremos en las manos de Dios, entendiendo también que cuando Cristo premia y promete, no lo hace para después de la muerte, sino que el premio lo promete en los brazos mismos de Dios, es el acomodo en el Dios que sigue siendo Padre y respeta la libertad de los hombres, y espera que ellos puedan ser artífices de su propia felicidad y de su paz.
Las bienaventuranzas podrán hacerse realidad entonces en este mundo, en cuanto sepamos ser precisamente solidarios y cercanos a los que nada tienen o a los que han sido desposeídos por la injusticia, el abandono y la violencia de los poderosos. Hacer presente la otra vida con nuestra cercanía de aquellos a los que las condiciones les ha negado una vida digna de hijos de Dios, luchando cerca de ellos para conseguir una condición mejor de la que nos han dejado otras generaciones.
Y una consideración de las bienaventuranzas no podría terminar sin un brevísimo comentarios a los “Ay de ustedes…” que nos deja intranquilos. Son advertencias muy serias de Jesús a aquellos que viven de tal manera en este mundo que nada más desean porque lo tienen todo y cuando les hablas de otra vida lo mínimo que te pueden decir es “¡para qué otra vida, qué pero le pones a ésta, si se está mejor aquí de lo que tú me puedas prometer!” y van a misa no por convicción sino “por si acaso” pero sin querer compartir, sin abrir sus brazos, su corazón y su bolsillo. Comencemos a vivir el espíritu de las bienaventuranzas y viviremos cerca del corazón de Cristo Jesús, pobre entre los pobres, que siendo rico se hizo pobre por nosotros.
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